El poder por los suelos

Opinión

El poder por los suelos

La señora Merkel, doña Angela, tan partidaria siempre de dar doctrina a los demás y de exhibir su ejemplo, si se mirase en el espejo concluiría que como mejor está es callada. Alemania, cuyo nombre aún levanta sarpullidos entre muchas personas con memoria, tampoco es una buena imagen de casi nada. Ahora atraviesa una etapa de cierto buen pasar económico, sobre todo a la vista de la crisis caballar que agobia a los demás, pero tampoco por aquellos pagos es oro todo lo que reluce.

Estos días, el país más poderoso de esta Europa que se derrite en sus miserias variadas se avergüenza de su jefe del Estado – Christian Wulff — que después de resistir los escándalos de sus corruptelas como gato panza arriba, no ha tenido otro remedio que dimitir. Era el político mimado de doña Angela, que le catapultó al puesto y fue incapaz de sostenerle en el cargo, y su caída la arrastra hacia una impopularidad galopante contra la que su prepotencia dogmática no acaba de convertirse en antídoto.

Un experto de chigre de mi pueblo, que vivió y sufrió como emigrante en Alemania, sentenciaba que, efectivamente, en todas partes cuecen habas y en Alemania a calderadas. Los alemanes son gente con muchas y buenas cualidades pero no carecen de defectos – terribles algunos a juzgar por la Historia – y entre otros está su fragilidad ante el recuerdo. Se han olvidado muy pronto de lo que hicieron por los años treinta y cuarenta sus predecesores.

Y lo peor, también se olvidaron demasiado pronto de lo que hizo el mundo democrático en los años de guerra y siguientes para ayudarles a salir del oprobio y de la miseria en que les sumió el odio racial y la ambición de poder de sus jerifaltes. Si otros hubiesen adoptado la misma actitud que ahora mantienen Merkel y su corte hacia Grecia, a buen seguro que Alemania no sería lo que es más; más bien se parecería a Zimbabwe.

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