Evidentemente, en el actual contexto de crisis destaca la actitud de una Alemania que no acaba de asumir sus responsabilidades. Al fin y al cabo, lo que le tocaría hacer a los teutones no es otra cosa que aquello que le corresponde por su condición de principal economía de la zona del Euro, por mucho que su sistema bancario esté resquebrajado y últimamente se extiendan las más que razonables dudas sobre su verdadera solvencia.
Lo cierto es que algunos de los grandes bancos teutones estuvieron muy implicado en los orígenes de la gran crisis financiera global en la que aún esta inmerso el mundo y que también acumulan muchos riesgos relacionados con su exposición a los países europeos más castigados por los problemas de pago de su deuda soberana que han obligado a Europa a aprobar planes de rescate para Grecia, Irlanda y Portugal. Incluso destacan, además, como acreedores de España o Italia, los otros dos países sobre los que se concentran ahora los ataques de los especuladores financieros.
De ahí en adelante, ya era de esperar que el precio de las acciones reprodujese el parón al que parece acercarse la economía mundial, según las últimas previsiones de los organismos supranacionales, en las que empiezan a recogerse las expectativas de empeoramiento generalizadas. Un ruido de fondo que llama al pesimismo y a la retirada de fondos y ante el cuál, como decíamos antes, la clase política europea, no parece haber sido capaz de dar respuestas esperanzadoras.