Los pepinos

Opinión

Los pepinos

Los pepinos, mayormente los pepinos españoles, han salvado su honor, que nunca debió haberse puesto en duda, y ya pueden exhibir de nuevo su buen nombre, el nombre de la mejor calidad, en las tiendas de frutas y hortalizas de media Europa. La Merkel, que cada día se nos revela más incordiosa, y esa otra senadora de Hamburgo de cuyo nombre mejor no acordarse, que los acusó tan injustamente de estar matando al pueblo alemán, han tenido que envainársela y tendrían, si mi opinión contase algo, que pagar con intereses los daños y perjuicios causados a sus cosecheros, al peonaje que no se generó, a los transportistas que tuvieron que declararse de camiones parados, y hasta a los vituperados intermediarios, que de repente se vieron sin su tajada en el negocio.

Los pepinos son inocentes, señores germanos y asimilados, así que mientras sus científicos buscan la mortífera bacteria E.coli, de la que yo tengo que reconocer y reconozco que nunca había oído hablar, pues eso, mientras la buscan los científicos en tan gigantesco pajar, pueden inflarse ahora que gracias al desaguisado están por los suelos. Que les aproveche. Yo no puedo decir lo mismo; lo único que puedo decir es que, deshecho el entuerto, con los pepinos reivindicados hasta por donde amargan, ya puedo volver a confesar en público que desde que tengo uso de razón, suponiendo que ya lo haya conseguido, los pepinos solos, en vinagre, en la ensalada o… no sé, donde estos tocapelotas de la nueva cocina los metan, me horrorizan.

Ignoro por qué, no me pregunten, quizás porque soy más raro que un perro verde, el caso es que no puedo ni con los pepinos, ni con el brócoli, ni con los salmonetes ni… viajar en tren. Estos días pasados mi rechazo visceral a los pepinos lo oculté como buen patriota que no ha querido, Dios me libre, ir por ahí dando mal ejemplo. Pero una vez sabido que no envenenan y que están de puta madre, yo seguiré absteniéndome de probarlos.

Más información