La olla de Ahmadineyad

Opinión

La olla de Ahmadineyad

Al presidente iraní a veces se le va la olla y dice cosas que dejan sin respiración a los sufridos ciudadanos de a pie que nunca saben si habla en serio o en broma, cosa difícil por otra parte conocida su carencia de humor. La última patochada con que el hombre ha ilustrado su ánimo de estimular la aversión hacia Occidente, es decir, hacia los de este lado del mapa, es que hay un complot europeo para encarrilar las nubes que sobrevuelan nuestras cabezas e impedir que derramen sus lluvias sobre algunos países que no les son simpáticos y particularmente sobre Irán. ¡Habrase visto, coño, lo que es capaz de inventarse un líder sectario chiíta! No aportó fuentes para semejante afirmación, pero lo dijo en público, en uno de sus enfebrecidos mítines mitad políticos mitad religioso, y el personal que no sabe a qué achacar la sequía que padece, aplaudió a rabiar.

Los ayatolas no han inventado todavía las rogativas que no hace tanto tiempo promovían las diócesis españolas para propiciar tormentas, mayormente cuando ya intuían que el tiempo iba a cambiar. Una vez, creo que fue en Murcia, una comisión de agricultores visitó al obispo para que autorizase a los párrocos a promoverlas y antes de responder, el prelado, condescendiente y pragmático, miró al horizonte y comentó: “Si lo desean, las organizamos, pero para llover no está”. Quizás sea a esa influencia cristiana sobre las nubes a lo que atribuye Ahmadineyad que Europa le quiere robar el agua que necesita su país, porque otra razón ni la ciencia ni la tecnología la tienen entre sus objetivos.

Desde los tiempos bíblicos siempre hubo etapas de sequía pertinaz, el adjetivo que tradicionalmente la acompaña, y otras en las que el cielo arrojó tanta agua que los ríos se desbordaron y los campos se anegaron. Pero los grifos de por allá arriba nadie ha conseguido controlarlos todavía. Ahmadineyad haría bien en no intoxicar a sus súbditos y aprovechar él mismo para dormir mejor los sueños de Alá. En una de estas, después de roncar una larga noche, igual la olla le vuelve a su sitio, no sé.

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