Opinión

Gastos marginales

Igual que Camps pensó que nunca llegaría lejos la polémica al aceptar unos trajes de sus amigos de “Orange Market”, tampoco Manuel Cháves, (ni Griñán), creyeron que se iba a liar parda con unas ayudas de la Junta de Andalucía a empresas afines con fondos reservados no sometidos a control parlamentario.

Tal vez Blesa pensó que Rato iba a respetar su jubilación de oro porque “entre banqueros no nos vamos a pisar la manga”, así como tampoco Rubalcaba tenía en mente que el chivatazo en el bar Faisán le iba a dar tantos disgustos. Tampoco creyó Leire Pajín que usar la pulsera “power balance” fuera un escándalo cuando una es la máxima representante de la salud pública española, o Nacho Uriarte no tuvo en cuenta su condición de vocal en la comisión de Tráfico cuando pidió otra copita y luego se estampó en la calle Serrano. Igual que Ana Mato no tuvo inconveniente para redactar el código ético del PP mientras olvidaba sí realmente hubo algún Jaguar aparcado en su garaje, o no.

Quizá ninguno de los mencionados manejara la posibilidad de que algún día le iban a sacar los colores, un poco por la dejadez del español que lee prensa deportiva, y otro porque se creían muy protegidos por sus respectivos aparatos mediáticos. Pero un día revienta todo y el horizonte se llena de pus informativo. Hasta el momento el hartazgo se mostraba con el voto en blanco, o con la abstención, pero desde Túnez y gracias a Internet las quejas viajan a la velocidad de la luz.

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