La golfería que reina en tantos ámbitos de nuestras vidas no para de ganar terreno en el deporte. Queda muy lejos la pureza de aquel principio que nos enseñaron de pequeños: lo importante, se decía, es competir, no ganar. Pero eso era antes, ya digo. Ahora lo importante es ganar… dinero. Las medallas y los podios son historia si detrás no hay pasta en cantidad.
El fútbol es la madre de muchas corruptelas, pero el fútbol no es ni mucho menos el único deporte regido por la ley del pelotazo que marcan fichajes y comisiones. El dinero impone las sedes de las competiciones, como acabamos de ver, y, me temo, muchas veces incluso los resultados. Muchos deportistas de elite se meten en el cuerpo todo lo que puede ayudarles a obtener mejores resultados, sin pensar en las consecuencias y menos en la honradez de la lucha por el triunfo. Lo hemos visto con el ciclismo, convertido en un mercadeo de anabolizantes. Médicos que echan mano de sus conocimientos sin el menor pudor para ponerlos al servicio de la falsedad y, lo peor, de la salud de unos jóvenes que ante el triunfo se olvidan de que están hipotecando años de vida.
El nombre de un español, Eufemiano Fuentes, se ha convertido en un símbolo mundial de las trapisondas del dopaje. El ciclismo quedó estigmatizado para largo hasta que va y se descubre que también el atletismo, el deporte puro por excelencia, está igualmente contaminado. La atleta y vicepresidenta de la Federación de autos, Marta Domínguez, parece que estaba en el ajo como la primera. ¡Quien iba a pensarlo! Ella que daba la impresión de no matar una mosca y se la acusa no sólo de meterse en vena lo que sea sino también de traficar o intermediar con sangre y sustancias anabolizantes. Habrá que esperar a ver si el juez confirma las acusaciones, pero de ser ciertas, como se teme, menudo rostro el de la atleta que tantos y tantos admirábamos.
La golfería invade, ¡qué triste!, vestuarios, pistas, canchas, salas de trofeos y despachos, muchos despachos. Vamos a quedarnos sin nadie a quien admirar.
