Opinión

La felicidad cuestionada

Los políticos preguntan unas cosas muy raras, debe ser que se les ablanda el sentir cuando pisan moqueta y suben al coche de cristales oscuros. David Cameron quiere conocer el grado de felicidad de los británicos, cualquiera diría que es para luego venderles antidepresivos o unos polvos mágicos que acaben con sus problemas.

El ciudadano europeo tiene ciertos temores, algunos bastante fundados como una caída de los mercados, turbulencias del euro, problemas para encontrar trabajo, problemas familiares, problemas de salud derivados de los factores anteriores. Por lo tanto esa pregunta es bastante poética porque la respuesta no puede ser un exabrupto. Hay quién dice que si la encuesta fuera realizada en España entonces sí que habría exabruptos.

Cuando se le piden sacrificios, actos heróicos a los jubilados, es que estamos para pocas bromas. Y las que se hacen no tienen gracia, como cuando Campa afirma que uno de los problemas es que somos muy longevos, (se supone que una buena pandemia arreglaría el asunto de las pensiones pero por la vía de evacuación urgente de cadáveres). No son buenos momentos para la felicidad en Europa. Tampoco los políticos lo tienen bien, anoche Sarkozy admitía en la tele la baja estima de sus compatriotas, (en privado dice que es envidia por estar junto a Carla). Hay cosas que son mejor no saber y por lo tanto no conviene preguntar, tal es el caso de la felicidad del ciudadano que te puede responder como el personaje de José Mota, «El Cansino Histórico»: ¡Va-usté a la mierda!

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