Una respetable ancianita guardaba un arsenal de droga en su piso de Madrid. Supongo que los camellos pensarían que la policía no iba a sospechar de tan tierna dama que llevaba una vida bastante anodina, pero tal cantidad de hierba parece un exceso para hacerse un té. Además, en caso de que la venerable ancianita hubiera sumergido la droga en agua caliente se habría puesto locuela, traviesa y lenguaraz.
Ignoro si este alijo forma parte de lo que Rubalcaba considera la economía del crimen organizado, (que está tan “organizada” como para hacer temblar el PIB). Los malos siempre han sido “buenos” a la hora de hacer sus cuentas, por un lado no pagan impuestos y por otro cobran en efectivo así que no tienen letras, ni pagarés. Tampoco pagan a la Seguridad Social, y cuentan con su propio plan de pensiones.
El caso es que uno nunca sabe si la ancianita a la que acaba de ayudar a cruzar un paso de cebra lleva en el bolsillo unas cuántas dosis de éxtasis, o si en lugar de caramelos puede repartir a los niños esas pastillas que son tan perjudiciales para la salud. Los policías de aduanas sospechan de casi todo el mundo, y mucho más cuando detrás de un rostro angelical se pudiera esconder una camello que porta encargos procedentes de Colombia.
En el juicio contra esta ancianita el juez tendrá que exigir que se ponga bien el audífono para que escuche los cargos. Los nietos acudirán con pasmo a una vista que preferirían haberse ahorrado. Quizá ahora entiendan por qué la abuelita era tan generosa con la paga de los domingos.









