Opinión

La ropa de invierno

Algo del cambio climático debe ser verdad porque Al Gore se separó de su “señora” después de tres décadas de feliz matrimonio. Por lo tanto nada es para siempre, salvo las hipotecas que se heredan.

Hace una semana daba pánico mirar a un jersey de lana. Con la natural pereza de cada mes de junio procedimos al cambio de armario renovando la ropa de invierno por la de verano. Allí, al fondo de la memoria de los cajones de IKEA, enviamos las bufandas, pantalones de pana, gorros y guantes pensando que ya volverían el otoño con esas tormentas que bajan la temperatura de repente. El caso es que el verano ha durado este año una Feria del Libro apenas, el frío volvió a toda velocidad y la lluvia nos llenó de nubes el horizonte. Cada vez que paso por el escaparate de la agencia de viajes en el que se anuncian cruceros por el mediterráneo me pregunto quién tendrá narices para tomar el sol en la cubierta. Está el tiempo más para navegar con el chubasquero del capitán Pescanova que para ponerse las bermudas de los atardeceres.

Los hosteleros se quejan porque no consiguen llenar sus reservas de playa. Yo estoy pensando sacar los adornos de Navidad y guardar los trajes de baño, y de paso aceleramos el calendario para que la crisis pase lo más rápido posible.

Viento, frío y lluvia invitan a cualquier cosa menos a tomar el vermouth en una terracita. Horror de los horrores, así debió empezar el final de los dinosaurios. Al menos ellos no tuvieron este lío de armarios.

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