Prácticamente desde la llegada de Raúl Castro al poder como presidente de pleno derecho, después de su etapa de interinato, el Gobierno de Cuba ha sido permisivo y, según algunos comentaristas, hasta habría incentivado, una cierta dosis de crítica en la prensa oficial, que en la isla es toda, concentrada en la burocracia, los impedimentos que ésta impone en el modelo productivo, e incluso la corrupción que se extendería por determinadas esferas como un cáncer imparable que justificaría, entre otras cosas, la dura crisis económica actual.
Los ejemplos de esa tendencia son constantes y empiezan también a reflejarse en el propio diario Granma, el órgano oficial del Partido Comunista. El problema es que, según algunos malintencionados diplomáticos europeos que realizan su trabajo en La Habana, estas críticas tienen unos límites bien claros. No hay posibilidad de cuestionar las decisiones de las autoridades económicas o plantear políticas alternativas que ofrezcan soluciones más prácticas. Lo único que cabe es lo de siempre criticar la escasa eficiencia de los empleados públicos.
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