Wikileaks, la permanente pesadilla de la Administración norteamericana, ha conseguido lo que parecía imposible: entrar en los arcanos de la CIA. Ningún autor de novelas de espionaje podrá superarlo. Demasiado para una película de ciencia ficción. Ya sabemos que la realidad siempre supera a la ficción. Wikileaks, la permanente pesadilla de la Administración norteamericana ha conseguido lo que parecía imposible: entrar en los arcanos de la CIA y hacerse nada menos que con los programas informáticos que utiliza para entrar en las conversaciones ajenas. El “hackeador” esta vez ha sido “hackeado” . Parece imposible, pero así ha sido. Antes los “hacker” habían conseguido entrar en la red de comunicaciones del Pentágono y más tarde del Departamento de Estado. Entonces nadie podía imaginarse que sin pasar demasiado tiempo ocurriese lo mismo con los mejores servicios de inteligencia, y a menudo algo más, del mundo.
Ahora mismo son muchas las cuestiones que se suscitan. ¿Ha sido realmente obra de hackeadores excepcionales el haberlo conseguido? O ¿hay algo más detrás? Será inevitable que este hecho, del que tanto se va a hablar en los próximos días, se relacione con diferentes interpretaciones con las acusaciones lanzadas por presidente Donald Trump contra la Agencia por las filtraciones sobre sus tejemanejes con Rusia durante la campaña electoral. Lo que parece evidente es que se trata de unas revelaciones que aún emponzoñarán más la política norteamericana.
Habrá que esperar para poder opinar con fundamento. Mientras tanto, queda una vez más en el ambiente la duda en torno a Wikileaks, cuyo fundador y director, Julian Asange, permanece exiliado desde hace cuatro años en la Embajada de Ecuador en Londres. ¿Quién está detrás? ¿Qué hilos internacionales guían sus movimientos en cada momento?
No se explica fácilmente que un equipo de hábiles expertos informáticos consiga semejantes hazañas. Como tampoco es explicable que quienes lo hagan actúen únicamente por su vocación altruista por defender la transparencia y la libertad. Este nuevo escándalo promovido por Wikileaks es evidente que, al igual que los anteriores, ofrece mucho morbo. ¿Cabe pensar quizás en algún filtrador renegado de su oficio de hackeador? Cuesta imaginarlo también, pero ya hemos aprendido que no hay que sorprenderse de nada.
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