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Mariano y Pablo, condenados, claro, a no entenderse

Las bases pidieron ‘unidad’ e Iglesias, además, ‘humildad’, cualidad que, como le ocurre a Rajoy con el ‘diálogo’, que también pidió en su discurso de clausura, no es su fuerte. Los dos, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias, salieron reforzados de sus respectivos congresos; bueno, en realidad, Mariano Rajoy no necesitaba grandes refuerzos. Iglesias sí tenía que demostrar que ‘las bases’ estaban tras él y no apoyando a Iñigo Errejón. Los dos pidieron ‘unidad’ e Iglesias, además, ‘humildad’, cualidad que, como le ocurre a Rajoy con el ‘diálogo’, que también pidió en su discurso de clausura, no es su fuerte. Pero ahí están ambos, brillando en sus respectivos, paralelos, incapaces de acercarse, universos; y es una lástima –o una suerte, quién lo sabe– que, en determinados asuntos, por ejemplo en la defensa de la unidad territorial, ese entendimiento sea imposible. Pero ahí están ambos, reinando en sus respectivos ámbitos: Rajoy no tiene rivales en el centro-derecha ni en el centro-centro. Sospecho que, hoy por hoy, Iglesias tampoco lo tiene en un PSOE que ha salido este fin de semana, merced al acto-mítin protagonizado por Susana Díaz en Madrid el sábado, aún más dividido de lo que ya lo estaba.
 
Rajoy e Iglesias están, desde luego, condenados –bendecidos, dirán ellos– a no entenderse. Sus proyectos, sus lenguajes, sus actitudes ante la vida, se hallan a mucha mayor distancia de los siete kilómetros que los periodistas hubimos de recorrer varias veces entre viernes y domingo para poder vislumbrar presencialmente algo de los dos congresos, el del PP y la segunda Asamblea de Vistalegre, que Iglesias quiso, a mi juicio equivocándose, que coincidiera con el cónclave de los ‘populares’.
 
Confieso que no esperaba ninguna sorpresa surgida de la ‘previsibilidad’ que caracteriza a Mariano Rajoy;. No la hubo, excepto en un punto: en su discurso habló larga y claramente sobre Cataluña, el gran tema intencionadamente olvidado por unos y por otros, porque ni unos, ni otros, ni los de más allá, parecen tener claras las soluciones, aparte del ‘no pasarán’, interpretado de manera diferente desde cada lado de la barrera, por supuesto. Tampoco, lo confieso, me sorprendió demasiado la victoria, dicen que aplastante pero no tanto en realidad, de Pablo Iglesias sobre un Iñigo Errejón al que los partidos ‘convencionales’ presentaban como el ‘mal menor’ para que los cambios se hagan con sordina y con prudencia.
 
Pero la democracia interna, que sin duda ha brillado bastante en estas Asamblea de Podemos, ha querido el ‘mal mayor’. A ver ahora cómo gestiona Iglesias su victoria, a ver si es cierto que tiende la mano al vencido, que modera sus ambiciones y sus excesos verbales, a ver si finalmente asume que vive en las instituciones, entre ellas el Parlamento, mucho más que en la calle. En principio, no me parece que el ‘errejonismo’ vaya a ejercer una gran influencia en él ni en los más duros de los suyos, comenzando por su ‘número dos’ y compañera, Irene Montero, que encandiló a los asambleístas con su verbo ‘a lo Pasionaria’. Y, por otro lado, a ver cómo gestiona el PSOE del futuro esta victoria de un Pablo Iglesias mucho más proclive a entenderse con los sectores más ‘duros’ de la izquierda que con lo que representa, por ejemplo, la actual gestora socialista.
 
Y, lo que es mucho más importante: a ver cómo gestiona Rajoy ese “tenemos Rajoy para diez años” que más de uno, por ejemplo el presidente gallego Núñez Feijoo, salió casi gritando del congreso ‘popular’. No me dio la impresión de que, más allá de atreverse a hablar de Cataluña –aunque sin aportar pasos concretos para la solución del principal conflicto que los españoles tienen ahora planteado– , Rajoy vaya a dejarse embriagar precisamente por el afán reformista. No: está claro que, como le va bien, y está convencido de que con él le va bien así también a España, no piensa en grandes cambios, ni en la secretaría general del PP ni en casi nada. Así que adiós, hasta el próximo congreso…aunque él, usted y yo sabemos que van a pasar muchas cosas hasta entonces. En la izquierda y en la derecha.
 
Cenáculos y Mentideros

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Mariano y Pablo, condenados, claro, a no entenderse

Fernando Jauregui

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