El autismo de la izquierda, la tabla de salvación de los corruptos

Detrás de la cortina

El autismo de la izquierda, la tabla de salvación de los corruptos

Rafael Alba

Las pugnas internas en Podemos y el PSOE y el virus independentista, el caldo de cultivo propicio para que el PP consiga pasar página sin despeinarse. En los últimos días, los ambientes y los argumentos de las novelas negras parecen haberse adueñado de los lugares en los que se desenvuelven de forma habitual los conspiradores de la Villa y Corte, con relatos de conspiraciones que implican a jueces, policías, políticos y reyes eméritos y que proyectan sombras sobre una actualidad informativa en la que los navajazos y el fuego amigo marcan el tono general de las noticias.
 
Mientras, la inflación reaparece, la creación de empleo pierde ritmo, incluso para ese empleo precario que tendríamos que agradecer a la preclara inteligencia del gran Mariano Rajoy y que puede servir para conjurar la magia de que haya ciudadanos que no lleguen a fin de mes aunque trabajen entre sesenta y setenta y cinco horas semanales a sueldo variable de una empresa que no les reconoce como empleados, porque les ha obligado a convertirse en falsos autónomos.
 
Y encima sigue sin caer del cielo el maná legislativo que nos prometen Javier Fernández y los alegres chicos de la gestora que tomó el poder en el PSOE al son del clarín, ahora que van a obligar sí o sí, según dicen, a que el PP haga políticas de izquierdas gracias a sus negociaciones, sus pactos y sus votos. Mucho más de izquierdas, donde va a parar, que las que hubiera puesto en práctica el defenestrado y revivido Pedro Sánchez si hubiera llegado a ser presidente del Gobierno con los votos a favor de Ciudadanos y la abstención de Podemos, tal y como pretendían los jefes de aquel Comité Federal Socialista que controlaban Susana Díaz y los barones.
 
Una pena que, con lo que llueve todavía, todas las formaciones políticas con representación parlamentaria, menos el PP, curiosamente, se encuentren en plena crisis de identidad, golpeados por rencillas y luchas fratricidas por el poder. Va a ser que sí que era cierto aquello de que “no nos representaban” y a lo mejor lo sigue siendo. Porque mientras los nuevos partidos crecen, los viejos se hacen un lifting, las mareas reivindican sus culturas de nicho y los independentistas catalanes afilan las esteladas, lo único que parece agitar de verdad a todos estos ejércitos listos para batallar contra sí mismos, es ese enemigo mundial, tan parecido al ‘Joker’ -ya saben el malo, malísimo de los tebeos de Batman- que se llama Donald Trump y al que se puede criticar sin problemas desde la derecha o la izquierda. Sin comprometerse a nada. Casi como quien firmaba hace unos años uno de aquellos inofensivos manifiestos para ‘salvar a las ballenas’, que nunca llegaban a ningún sitio.
 
Al parecer, ahora toca esperar a que Pablo Iglesias machaque a Iñigo Errejón y vuelva a controlar Podemos no sabemos con que intenciones distintas de ser investido como monarca absoluto de su finca ideológica y a que Albert Rivera consiga cuadrar el círculo y convierta a su partido en un clon perfecto del PP que, sin embargo, dice aspirar a convertirse en la formación de referencia para los votantes liberales y conservadores, antes de poder contar para algo con este par de partidos que iban a cambiar las reglas del juego.
 
Porque del PSOE o las formaciones de ‘izquierda soberanista’, la gran paradoja de nuestros tiempos, mejor ni hablamos. Uno y otros andan sumergidos también en un autismo pernicioso que no parece que vaya a llevarles a ningún sitio. De donde quizá deberíamos deducir que, en realidad, no aspiran a llegar a parte alguna. En un tiempo récord, los políticos han recuperado el autismo perdido y vuelven a estar pendientes de su ombligo, más que nada, mientras a nadie le importa mucho nada, tampoco ya a los votantes potenciales de cualquier formación política, que no entren en la categoría de ‘fans fatales’ del líder carismático de turno. Es un comportamiento inconsciente, claro, que, sin embargo, puede llegar a comprenderse ante la absoluta falta de alternativas con las que tenemos que lidiar.
 
Lo malo es que los problemas están ahí, por mucho que parece que se hayan desvanecido y pueden regresar incluso con más poder de devastación que el que creíamos que tenían. Al final, la calma chicha quizá sólo sirva para que los presuntos culpables eludan el castigo que creíamos que les esperaba y el gran Mariano Rajoy se anote otra victoria incontestable.
 
A falta de que se confirmen esas supuestas maravillas de que hablabamos antes, que habría conseguido y de las que alardea la gestora socialista y que todavía no son percibidas por esa legión de beneficiarios agradecidos que votará a Susana Díaz en las próximas elecciones generales, lo único cierto es que ya nadie, o casi nadie, habla de corrupción, ni de los casos que afectan al PP, ni de los sms que el presidente del Gobierno le mandó a su amiguete Luis Bárcenas, ni de los discos duros destruidos, ni de las tarjetas ‘blacks’, ni del fiasco del ‘rescate’ bancario (¿creen que en cualquier otro país del mundo civilizado -EEUU está excluido- Luis De Guindos y Cristobal Montoro seguirían siendo ministros?)…ni de…etc.
 
La lista puede ser completada por cualquier lector con ganas de indignarse con una simple búsqueda de Google. Y lo peor de esta nueva ronda de siembra efectiva de desencanto es que, por supuesto, la inevitable cosecha va a llegar. Por mucho que haya tantos interesados en cerrar en falso esta crisis, que los sindicatos estén desaparecidos en combate, al final va a resultar imposible. Como por otra parte hemos podido percibir ya gracias a la victoria de Trump. Sabemos que existe un público devastado por las incertidumbres y la falta de ideas políticas y de progreso que le sirvan de escudo protector, que parece especialmente proclive a abandonar sus viejas convicciones democráticas y apostar por cualquier líder autoritario o carismático que les prometa firmeza y cambio. Cualquier cambio. Y mientras más políticamente incorrecto mejor.
 
Puede ser estremecedor, pero se entiende con mucha facilidad. Con la certeza creciente de que no todos somos iguales ante la Ley, y de que hay quien abona la desigualdad porque cree en ella como sustento del sistema, los primeros en recibir el golpe son quienes supuestamente eran tus aliados. Porque sólo ellos pueden traicionarte, en realidad. Y si las opciones políticas progresistas dejan de mirar hacia lo deseable para centrarse sólo en lo posible, su utilidad es más bien dudosa.
 
Más que nada porque ese flanco, lleva siglos cubierto por los partidos conservadores que han conseguido ser identificados con el orden y la estabilidad, aunque el comportamiento de muchos de sus líderes sea completamente opuesto a estas supuestas virtudes que el cuerpo electoral parece atribuirles.
 
Así que, si la socialdemocracia irrelevante quiere buscar culpables de lo que le sucede haría bien en fijarse en esos líderes como Tony Blair, François Hollande o José Luis Rodríguez Zapatero que llegaron al poder con programas políticos progresistas y aplicaron luego una política económica de derechas. ¿Recuerdan al iluminado que dijo que bajar impuestos era de izquierdas? Pues eso. 

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