Llorera en Nochebuena

Desde el malecón con...

Llorera en Nochebuena

La Habana
Algo digno de apuntar este año, en que se implantó cifra récord de salidas definitivas de la isla a las buenas y a las malas. Ya es común que durante estas fechas la gente en Cuba se recoja en casa junto a familiares y amigos. Las calles se vieron desiertas, con poco movimiento de coches, y no pocos restaurantes privados cerraron sus puertas por la percepción de masiva inasistencia de su clientela habitual. Otros, estatales y privados, abrieron sus puertas con cenas por persona que comenzaban por los 15 euros y se remontaban hasta el infinito. Casi todos los menús encabezados con el cerdo porque hasta el pavo proveniente de EEUU en esta ocasión parece haber tomado otro camino. Algo digno de apuntar este año, en que se implantó cifra récord de salidas definitivas de la isla a las buenas y a las malas (balseros) principalmente con jóvenes como protagonistas del episodio. Tal avalancha no pudo menos que dejar una torrencial llorera en padres, tíos y abuelos cuando, por suerte de las comunicaciones que no colapsaron, los muchachos llamaron a la familia. Y hasta ahí la fiesta. Todos a llorar, algunos por poseer extraordinarias dotes teatrales y otros de pura nostalgia y amor “por los niños que se nos han ido”. Un fenómeno social sin precedentes el éxodo de jóvenes de todos los estratos sociales y los más diversos orígenes. Aquí cabe parafrasear esa sentencia bíblica de que lance la primera piedra quien no tenga un hijo fuera de casa o esté pensando en largarse. Ocurrió en “llantén”  donde fui invitado y luego supe que en otras casas había ocurrido lo mismo. De la alegría a la tristeza medió nada más que una llamada al celular o un mensajito para que La Habana la emprendiera en desconsolado llanto en perfecta avanzadilla de lo que será este 31 de diciembre donde la capital de la isla se nos puede convertir en una sucursal de la romántica Venecia.

Algo digno de apuntar este año, en que se implantó cifra récord de salidas definitivas de la isla a las buenas y a las malas. Ya es común que durante estas fechas la gente en Cuba se recoja en casa junto a familiares y amigos. Las calles se vieron desiertas, con poco movimiento de coches, y no pocos restaurantes privados cerraron sus puertas por la percepción de masiva inasistencia de su clientela habitual.
 
Otros, estatales y privados, abrieron sus puertas con cenas por persona que comenzaban por los 15 euros y se remontaban hasta el infinito. Casi todos los menús encabezados con el cerdo porque hasta el pavo proveniente de EEUU en esta ocasión parece haber tomado otro camino.
 
Algo digno de apuntar este año, en que se implantó cifra récord de salidas definitivas de la isla a las buenas y a las malas (balseros) principalmente con jóvenes como protagonistas del episodio.
 
Tal avalancha no pudo menos que dejar una torrencial llorera en padres, tíos y abuelos cuando, por suerte de las comunicaciones que no colapsaron, los muchachos llamaron a la familia. Y hasta ahí la fiesta. Todos a llorar, algunos por poseer extraordinarias dotes teatrales y otros de pura nostalgia y amor “por los niños que se nos han ido”.
 
Un fenómeno social sin precedentes el éxodo de jóvenes de todos los estratos sociales y los más diversos orígenes. Aquí cabe parafrasear esa sentencia bíblica de que lance la primera piedra quien no tenga un hijo fuera de casa o esté pensando en largarse.
 
Ocurrió en “llantén”  donde fui invitado y luego supe que en otras casas había ocurrido lo mismo. De la alegría a la tristeza medió nada más que una llamada al celular o un mensajito para que La Habana la emprendiera en desconsolado llanto en perfecta avanzadilla de lo que será este 31 de diciembre donde la capital de la isla se nos puede convertir en una sucursal de la romántica Venecia.

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