Un infarto polémico

Fallece Rita Barberá

Un infarto polémico

Diego Carcedo

La muerte de un ser humano es lamentable y la de la senadora Rita Barberá no puede ser una excepción. La muerte de un ser humano es lamentable y la de la senadora  Rita Barberá no puede ser una excepción. Era una personalidad conocida desde hacía muchos años y popular en su ciudad, Valencia, de donde fue alcaldesa varias legislaturas. Su imagen política, que durante mucho tiempo flotó en aureola de idolatría, había caído en picado en los últimos meses, cuando la policía, los tribunales y los medios la implicaron entre los sospechosos de corrupción del PP que actualmente tanto se han proliferado.
                  
Perece evidente que los disgustos y la presión social a que estuvo sometida desde que empezaron a aflorar las irregularidades que acabaron llevándola ante el Tribunal Supremo hayan minado su salud. Nadie está libre de sufrir un percance cardíaco pero quienes se enfrentan a emociones fuertes y a problemas graves tienen más papeletas. Rita Barberá, que en cuestión de horas perdió unas elecciones que venía ganando por inercia y lejos de celebrar un nuevo triunfo pasó a verse acosada por la Justicia, era, sí,  una víctima propiciatoria.
                  
Bastaba ver el deterioro de su aspecto para temerlo. No cabe, por lo tanto, estar buscando ahora culpables de su muerte ni aprovechar, como hizo alguno de sus antiguos compañeros de partido, para culpar a los medios que informaron de las acusaciones que enfrentaba y de su investigación judicial, de haberla matado. Quienes la conocían de cerca no ocultan que lo que más la había afectado en su ánimo era con todo el abandono en que la había dejado el partido en el que militaba desde muy joven y en el que había ocupado un papel muy destacado hasta hace poco.
                  
Consciente de su soledad en el partido había tenido que renunciar a la militancia y, después de escuchar reiteradas insinuaciones para que dimitiese como senadora, optó no sin dolor a abandonar a los suyos en la Alta Cámara y adscribirse al Grupo Mixto compartiendo su actividad con colegas que a menudo la miraban como un ser extraño y con los que no tenía nada en común. No debió ser nada fácil para ella pasar por algunos trances donde era relegada al papel de oveja negra en un ambiente de rechazo social  cuya compañía resultaba comprometedora para algunos.
                  
Rita Barberá ha muerto y es lamentable y triste. Como lamentable es que Podemos haya renunciado a la generosidad de sumarse al minuto de silencio en su memoria. Todavía la fallecida no había sido declarada culpable ni condenada. Tenía derecho, como todos los demás ciudadanos, a la presunción de inocencia. Su muerte no es una noticia alegre ni debe ser utilizada para cebarse en sus actuaciones presuntamente delictivas ni para que a quienes molesta la prensa libre independiente la predestinen a arrostrar un sentimiento de mala conciencia.
                  
En esta etapa en que la exalcaldesa vivió sus horas más bajas son muchos, no sólo periodistas  – jueces, fiscales, policías, dirigentes del PP, opositores, etcétera – los que cumplieron con sus obligaciones profesionales actuando como debían ante las dudas y sospechas que había despertado su conducta. Es muy triste que Rita Barberá ya no puede defenderse pero ninguno de cuantos participaron en su proceso puede ser acusado de verdugo.

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