La robótica llegó para quedarse y su capacidad evolutiva es mucho más rápida que la humana. Angustiada por las penurias de la pertinaz crisis financiera, está pasando desapercibido para buena parte de la sociedad europea el debate científico sobre cómo el progreso de la inteligencia artificial afectará el futuro de la humanidad.
Fue nada menos que Stephen Hawking quien encendió la mecha al advertir que el desarrollo de la plena inteligencia artificial podría ser lo mejor o lo peor que le pasara a la humanidad. No descartaba incluso el más funesto de los escenarios, afrontando un futuro similar al descrito en las películas de ciencia ficción más populares, con una evolución imparable de la inteligencia artificial hasta el punto en el cual la humanidad ya no será capaz de controlar a sus propias creaciones. Reverdecía el futuro distópico que tan rentable es para la industria hollywoodense.
El debate está siendo intenso y ha dado lugar incluso a la publicación de una carta abierta por parte de un nutrido grupo de científicos. Se felicitan por el enorme progreso ya constatado en ámbitos diversos como el reconocimiento del habla, la clasificación de imágenes, los vehículos autónomos, las herramientas de traducción, el movimiento de robots y drones o la búsqueda de información y respuestas a preguntas concretas, por poner algunos ejemplo. Reconocen también que el ritmo de progreso tecnológico es intenso y sus beneficios potenciales enormes pues, sin duda, la traslación de estas investigaciones de laboratorio a innovaciones en forma de tecnologías aplicadas a la producción o distribución será enormemente beneficiosa.
Pero también nos alertan de sus riesgos, que van más allá de su evidente impacto en los mercados de trabajos del futuro. Se trataría de garantizar el máximo beneficio social de su desarrollo. De lo que se discute es pues sobre cómo garantizar que los sistemas de inteligencia artificial hagan siempre aquello que queremos que hagan.
La nueva frontera a superar vuelve a poner el foco de atención en un tablero de juego. Hace casi 20 años que Deep Blue, el superordenador de IBM, derrotó al campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov, marcando un hito histórico en el desarrollo de la inteligencia artificial. Ahora, el reto se sitúa en el tablero de Go, el tradicional juego estratégico que causa furor en Asia oriental.
Se enfrentan dos adversarios en Seúl: Lee Sedol, el reconocido como mejor jugador mundial, y AlphaGo, un programa de ordenador diseñado por DeepMind, empresa de software especializada en aprendizaje automático que fue recientemente absorbida por Google. Se han programado 5 partidas y en las dos primeras la máquina ha vuelto a derrotar al hombre.
Aunque las reglas del juego son sencillas en apariencia, las piezas tienen un valor variable según su localización relativa y las combinaciones posibles de juego son casi infinitas, de modo que la dificultad para alcanzar la estrategia óptima es máxima y no se reduce al mero cálculo matemático. De ese modo, los programadores de AlphaGo han tenido que sofisticar sus algoritmos para, a partir del análisis de millones de posiciones y partidas, tratar de reproducir la intuición humana.
Desarrollar programas que permitan los ordenadores aprender por sí mismos de la observación del juego sin requerir información previa sobre cuáles son sus reglas es uno de los temas candentes de la inteligencia artificial. Y aunque de momento los ordenadores requieren de un humano al mando, bueno sería preparar nuestros sistemas educativos y de formación profesional para saber convivir en el futuro con unos artefactos cada vez más inteligentes.
Si bien la lógica, la capacidad de análisis y la absorción de conocimiento parecen ser habilidades en las que la inteligencia artificial puede llegar a ser imbatible, otras competencias del ser humano podrían alcanzar un mayor valor y relevancia en el futuro. Sería necio ignorar el valor de la sociabilidad y la enorme capacidad humana para adaptarse y crear nuevos entornos. Estamos pues ante un reto evolutivo.
Con todo lo dicho, ¿hay que preocuparse por el futuro? Como recientemente afirmaba el célebre arqueólogo Eudald Carbonell, probablemente sean las máquinas inteligentes la garantía de un futuro mejor pues hasta el momento quien más destruye no son ellas sino nosotros mismos.