La izquierda fracasa en el paraíso tecnológico

Detrás de la cortina

La izquierda fracasa en el paraíso tecnológico

Los ideólogos progresistas siguen sin alumbrar un modelo capaz de frenar el aumento de la desigualdad que impulsa la nueva economía. El fragor de la batalla electoral en la que estamos sumergidos, quizá porque España se encuentra en un momento decisivo de su historia en el que van a producirse cambios inevitables, actua también como una especie de cortina de humo que oculta algunas cuestiones capitales, sobre las que los partidos progresistas y la ciudadanía tendrán que tomar decisiones más pronto que tarde.

La lucha entre la vieja política que representarían sobre todo PP y PSOE, pero también opciones diferenciadas y ahora casi minoritarias como IU y UPD, y la nueva, encarnada por Podemos y Ciudadanos, polariza todas las conversaciones de los últimos días, sin dejar apenas hueco para casi nada más.

Pero hay algunas otras cosas de las que deberíamos empezar a preocuparnos, que tienen también una indudable dimensión política y que van a tener un efecto casi inmediato, y muy duradero, en la vida de la mayoría. Y no sólo en este país que afronta la incertidumbre de lo que vendrá limitado por una de la crisis institucionales más graves que vivió jamás. Y es muy probable que en los próximos años van a definirse comportamientos y esquemas de funcionamiento del sistema productivo global que estarán vigentes durante mucho tiempo y que, si nadie lo remedia, pueden constituir una regresión brutal de los derechos adquiridos por la mayor parte de la población mundial.

Porque lo cierto es que en la actual evolución económica que padecemos, impulsada por las nuevas tecnologías y los propietarios finales de los sistemas informáticos que el mundo entero utiliza, se repiten algunas pautas de conducta adoptadas por los dueños de los medios de producción que la humanidad vivió en la revolución industrial. Y cuyas desastrosas consecuencias para la inequidad y la estructura social sólo pudieron ser detenidas, tras largas y cruentas batallas, cuando surgió una ideología a favor de la solidaridad y la igualdad capaz de poner freno a los desmanes que la ‘clase’ dominante de la época cometía en una total impunidad. Más o menos como parece suceder ahora.

Mientras los grupos políticos progresistas carecen de modelo de futuro y han perdido por completo la batalla ideológica, más allá del simple ‘postureo’ de los himnos y las declaraciones incendiarias que luego quedan en nada, al otro lado de la mesa, las ideas están más que claras. E incluso escritas.

La base ideológica que va a permitir, o va a intentar, hacer posibles acciones concretas que blinden la actual estructura social, con su carga de desigualdad y empobrecimiento generalizado de las mayorías está perfectamente diseñada. Y al alcance de cualquiera que desee conocerla.

Porque los señores de la tecnología, esos evanescentes capitalistas detrás de los presuntos genios de los garajes, las sudaderas y las zapatillas de deporte, están tan seguros de si mismos y de la falta de alternativas ideológicas a su modelo que no tienen reparos en hacerlo público con toda la parafernalia ‘intelectualoide’ habitual.

Esta misma semana la prensa española se ha hecho eco de un par de peligrosas tendencias que los investigadores sociales dan por instaladas y que, no podía ser de otra forma, vienen avaladas por unos informes más que precisos, financiados y urdidos por compañías como Google y Facebook y los expertos que mantienen a sueldo en sus lujosos ‘think tanks’.

En uno de ellos, por ejemplo, se asegura que en el futuro, cualquier ser humano tendrá al menos ocho trabajos de promedio a lo largo de su vida laboral. Un periodo en el que, además, deberá estar dispuesto a la reinvención constante y al cambio por sistema. Lo que supone adquirir nuevas capacidades cada vez que sea necesario para poder ‘recolocarse’ y volver a ganarse la vida, en función de las necesidades del sistema.

Es decir que claramente, estos seres humanos afectados por las tecnologías liberadoras, tendrán que adaptarse al mundo diseñado por los productores de las nuevas tecnologías. Y no existirá ni la más mínima posibilidad de que, por ejemplo, esas maravillas sirvan para lo contrario que, por cierto, sería mucho más lógico. Es decir, que fuera el mundo el que se adaptara a las necesidades del ser humano.

En absoluto. Es más, para completar el cambio habrá que introducir algunas modificaciones en las instituciones educativas. Porque, según los promotores de esta distopía, lo que ahora se enseña en las universidades y los centros escolares no es lo adecuado para preparar a los esclavos humanos que necesitan los señores de las tecnológicas.

Y si, a estas alturas, ya han acabado con las humanidades y con casi todo aquello que tenga que ver con disciplinas relacionadas con la cultura y la filosofía, ahora le toca al turno a la ciencia. Por supuesto que se seguirá enseñando. Pero sólo a los elegidos. El resto del personal debe aprender otras cosas.

Habilidades de baja cualificación que permitan el desenvolvimiento de la masa laboral en las redes sociales y los mecanismos individualizados, y aislantes, que tendrá que saber manejar para ganarse la vida. Y que, como hemos dicho antes, serán completamente intercambiables, con su correspondiente fecha de caducidad incluida y dipuestas para ser olvidadas cuando corresponda en función de los nuevos paradigmas que se quieran imponer.

Para tranquilizar a la población se aseguran ‘obviedades’. Se dice que por cada puesto de trabajo destruido por culpa de las nuevas tecnologías se crearan dos y medio. Y tal vez sea hasta cierto, pero nadie habla de como será el salario de esos 2,5 trabajadores nuevos. Y, visto lo visto, mucho nos tememos que entre todos ellos no lleguen a sumar nunca lo que cobraba el operario sustituido.

Claro que siempre habrá más dinero para quien produzca más. Y formas de completar los emolumentos con sistemas similares al viejo pluriempleo. Como el reconvertir a los empleados en vendedores o esa idea, a la que también se ha referido la prensa esta semana, de convertir los perfiles de las redes sociales de la población en nuevos y gigantescos espacios publicitarios.

Ya saben, como pasa con los ‘YouTubers’ y las webs de enlaces, también el ciudadano medio puede tener acceso a los inmensos placeres del pago por ‘click’, siempre que tenga una suficiente cantidad de amigos, seguidores, o como quiera que se llamen en el futuro estas figuras, para que a las compañías consideren rentable incluirle en este tipo de programas. Empresas, incluida la que le aporta el sueldo principal, seguramente por la vía de la subcontratación, ávidas de redes de confianza que utilizar para vender sus productos.

Hay más, por supuesto, pero mejor que se enteren ustedes mismos. Ya les digo, los informes a los que me he referido pueden encontrarse con facilidad en Internet. Y entrevistas y declaraciones de futurólogos palaciegos de la corte de las tecnológicas, incluidos los escritores de libros de autoayuda, y los propagandistas de la marca personal, hay por cientos de miles disponibles en la Red.

Piensen en todo esto a la hora de votar ahora y en el futuro, porque esa es una amenaza tan importante como el terrorismo yihadista o las tensiones del modelo territorial español. Y que se sepa, de momento, la izquierda no parece haber encontrado una alternativa. Más bien al contrario. En muchos casos, los líderes progresistas parecen apoyar estos peligrosos esquemas. Es cierto que la tecnología puede hacernos libres. Pero una vez más la clave quizá esté donde siempre. En el control de los medios de producción.

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