Política de vuelo raso

Elecciones generales

Política de vuelo raso

Diego Carcedo

La aparición en la vida pública de nuevos partidos de corte populista y sectario han despertado otra vez el interés. Vuelve a hablarse de política en las tertulias y en las sobremesas familiares. Las conversaciones políticas habían caído en desuso en los últimos tiempos. Pero el comienzo de la campaña electoral más intensa de nuestra historia democrática, la polémica en torno a las duras medidas con que se afrontó la crisis y la aparición en la vida pública de nuevos partidos de corte populista y sectario han despertado otra vez el interés por la suerte que se nos depara desde el poder que al final configuremos con nuestro voto.

Habrá que ver, sin embargo, si este interés se traduce el día 20 en un incremento de participación en las urnas que esperan o si, por el contrario, acaba quedándose en meras discusiones de barra de taberna. Este revivir del interés por la política levanta pasiones coyunturales mayormente del sector cabreado de la ciudadanía, pero no está calando ni en nuevas ideologías ni en nuevas propuestas para afrontar los problemas sociales que tanto necesitan una renovación de los planteamientos.

La triste realidad es que ni los nuevos partidos ni los que tradicionalmente venían alternándose o complementándose en la formación de los gobiernos aportan nada diferente de lo que veníamos escuchando o leyendo. Escudadas en su falta de pasado en la gestión pública, organizaciones como Ciudadanos o Podemos tienen muy fácil exhibir su carencia de trapos sucios y lanzarse al vació con promesas que suenan bien a los oídos de los desesperados pero que nadie ignora serán imposibles de cumplir como está demostrando Syriza en Grecia.

Los partidos hegemónicos como el PP y el PSOE o sus comparsas, desde los nacionalistas hasta UPyD pasando por IU, tampoco están demostrando capacidad para renovar su discurso y para salirse del carril por el que vinieron discurriendo varias décadas. Su proyección se está limitando a lo mismo de siempre, a denigrarse mutuamente, a ejercitar el “y tú más” para encubrir sus miserias (con la corrupción como vergonzante trasfondo común) y en sustituir las ideas de las que carecen por reyertas cotidianas a menudo indecentes que ya ni siquiera movilizan a sus hooligans.

La conclusión a que lleva el panorama que se ofrece en vísperas nada menos que de la quinta convocatoria electoral en menos de diez meses es que no atravesamos un proceso de clarificación política, de enriquecimiento de ilusiones propias de una sociedad moderna y de ciudadanos inteligentes sino todo lo contrario. Apenas estamos asistiendo a una lucha por conseguir votos y de rebote, poder, en cualquiera de sus niveles, a precio de saldo. Tal parece que tras más de un año de renovación y afianzamiento de la actividad pública estamos asistiendo a una campaña de rebajas ideológicas.

Hace mucho que en España se echa de menos la presencia de intelectuales con capacidad para crear ideas, elaborar análisis profundos, afianzar críticas sólidas y, en definitiva, influir en una sociedad adormecida en sus preocupaciones de subsistencia cotidiana y narcotizada por la propaganda que mantiene viva la golfería que impera en algunos deportes y, particularmente, el fútbol. Como algo de culpa tenemos todos, hay que apresurarse a añadir que tampoco los medios de comunicación son ajenos a esta situación.

Cada vez más las informaciones que difunden se limitan a las reyertas absurdas y estériles entre los políticas que, carentes de otras virtudes verbales o cerebrales, invierten su tiempo y su talento en vituperar a los adversarios; es decir, en quitarle los votos al colega a codazo limpio en lugar de disputárselos con argumentos y propuestas verdaderamente aprovechables. Es triste iniciar un año electoral tan intenso como el que estamos estrenando con tantas perspectivas de que nuestro bagaje político permanezca estancado.

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