Jeremy Corbyn, Podemos y la izquierda catalana

Detrás de la cortina

Jeremy Corbyn, Podemos y la izquierda catalana

Las elecciones en el Partido Laborista británico terminan con otra demostración de fortaleza de la ‘nueva política’. La ascensión al poder en el partido laborista británico de Jeremy Corbyn no ha supuesto una sorpresa para casi ningún columnista español. Es lógico. Todavía está fresco el recuerdo de la inesperada tormenta provocada por un tal Pablo Iglesias y el nacimiento de Podemos, un supuesto terremoto que, de momento, no parece remitir y, sobre todo, la ‘derrota’ inapalable sufrida por Alexis Tsipras y Syriza en Grecia, tras su duro y fatal enfrentamiento con la ‘casta’ europea.

Con tales antecedentes, los columnistas de la prensa del ‘establishment’, la palabra inglesa para describir a la élite extractiva dominante, han saludado con gran tranquilidad este supuesto vuelco en las preferencias políticas de los progresistas de aquel país. No va a pasar nada. Al contrario. Se prevé que el reinado del ‘nuevo’ líder de la izquierda británica sea corto. Se habla de la ‘alegría’ provocada por estas elecciones en las filas del partido conservador del actual ‘premier’ David Cameron y hasta se anticipa que Corbyn ni siquiera llegará a ser, finalmente, el candidato de su partido en las próximas elecciones.

Sin embargo, quizá no deberían ‘vender la piel del oso antes de cazarlo’, como dice la frase hecha. El fenómeno Corbyn tiene un par de características propias que conviene tener en cuenta. En primer lugar, se produce en un país, en el que la situación económica podría calificarse incluso de boyante, por comparación con la que puede apreciarse en España o Grecia.

También en Reino Unido la crisis fue dura y el gobierno conservador, modelo adoptado por Mariano Rajoy desde que era un simple candidato a la presidencia, aplicó recortes y políticas antisociales. Sólo que allí tuvieron desde el principio un banco central que, como la Reserva Federal de EEUU, aplicó unas políticas de relajación e inyección de liquidez que resultaron decisivas. Las mismas, por cierto, que tras ser adoptadas por el BCE han propiciado esa mejora de la economía española que el PP intenta atribuirse.

Además, el cambio no se ha producido ‘extramuros’ de la oposición tradicional. La convulsión se ha gestado dentro del propio partido laborista, cuya ala izquierda, no ha necesitado escindirse para tomar el control, gracias, probablemente, al sistema abierto aplicado en la elección. Una fórmula de la que han huido, conscientemente, los socialistas españoles, quizá para evitar que sucediera algo parecido.

De modo que la indignación por la desigualdad, los recortes y las políticas que benefician únicamente a un pequeño segmento de la población, empobrecen a todos los demás, laminan el estado del bienestar y convierten la vida de los desfavorecidos en una carrera de obstáculos insalvables, no tiene como caldo de cultivo único la depresión económica. Puesto que, contra todo pronóstico, y a pesar de esos supuestos ‘baños’ de realidad que los promotores de la ‘nueva política’ reciben una y otra vez, parece haber gente por ahí que todavía cree en la democracia y en la posibilidad de cambiar las cosas si se eligen líderes dispuestos a trabajar de otra manera.

Y, además, algunos respetables miembros de los partidos socialdemócratas de toda la vida, sí parecen estar por la labor de evitar la desaparición de estas formaciones, desdibujadas por culpa de su apoyo decisivo a las máximas del neoliberalismo y el pensamiento económico único. Políticos que no quieren que la ‘vieja izquierda’ se convierta en nueva bisagra imposibilitada para llegar al poder, excepto, como parte de grandes coaliciones en las que, como sucede en Alemania, los supuestos progresistas actúen de palafreneros de los líderes conservadores.

Es de suponer que todos aquellos que han apoyado ahora a Corbyn, estén perfectamente al tanto de lo sucedido con Syriza, y de las actuales dificultades de Podemos en las encuestas. Y, quizá, sólo quizá, el caso griego, haya servido más de acelerador que de freno. Resulta hasta extraño que desde posiciones supuestamente progresistas se ‘jalee’ la derrota de Tsipras o, lo que es peor, se tome como ejemplo de que no existe posibilidad alguna de cambiar por medio de las urnas el estado actual de las cosas, porque el verdadero poder está concentrado en el sector financiero.

Puede que desde las alturas de las cúpulas bancarias no se vea peligro alguno en la llegada de este inesperado líder laborista. Pero tipos como Sigmar Gabriel, Mario Monti o François Hollande, sí que están obligados a tomar nota. De momento, el virus les amenaza a ellos. La revuelta parece haber cambiado de objetivo en esta nueva mutación de la cepa de la que surgieron los movimientos de masas como el ’15-M’ español. Ahora parece haber un primer objetivo que consiste en ir conquistando el poder en las formaciones de izquierda, para cambiar la correlación de fuerzas actual.

Una lección que también deberían aprovechar, por ejemplo, tipos como Oriol Junqueras. Sucede que cuando la izquierda se pone al servicio de ideas, como el nacionalismo, que benefician especialmente a las clases sociales más alejadas de la base electoral real de las formaciones progresistas, acaba perdiendo toda su relevancia. En la Cataluña ideal de Artur Mas y sus auténticos partidarios, no hay sitio para socialdemócratas. Y tanto ERC, como la CUP van a pagar muy caro su adscripción a un movimiento surgido, mimado y dirigido por las élites extractivas catalanas.

En el día después de la victoria independentista, si es que llega, las formaciones de izquierdas pagaran la factura del inevitable desencanto que la realidad provocará, cuando, como es lógico, quede claro que la supuesta Cataluña libre, no lo es en absoluto. Y, además, en el caso de que el supuesto plebiscito del día 27 no tuviera el resultado que esperan los ‘soberanistas’, Mas y los suyos se bajarán del barco y dejarán caer la derrota sobre las espaldas de sus compañeros de viaje izquierdistas. Denle tiempo a Artur y verán de lo que es capaz.

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