Izquierda para expertos

Política

Izquierda para expertos

Diego Carcedo, periodista

No entiendo a esta izquierda que cambia de nombre en cada lugar lo mismo que hacen los camaleones con el color de su piel. Realmente a esta izquierda, dicen que bolivariana, extrema, shirizista y con ínfulas revolucionarias pasadas de siglo, no hay quien la entienda. Habrá quien sí, desde luego, pero yo confieso humildemente que no. Para mí, que soy de pueblo y aprendiz de realista, es una izquierda para expertos. Para expertos en delirios, incongruencias y milagros extra bíblicos. Lo siento y no me consuela ser consciente de que nadie es perfecto y yo, menos.

No entiendo a esta izquierda que cambia de nombre en cada lugar lo mismo que hacen los camaleones con el color de su piel y no entiendo a esta izquierda que deambula por el escenario político nacional, un verdadero laberinto, eso también es cierto, con mayor desconcierto que una cabra en un garaje. Reconozco que algunos líderes emergidos del cabreo comprensible a veces me caían y hasta me caen simpáticos. Me gustan los jóvenes rebeldes.

Pero es que en esta amalgama muchos de los líderes tampoco son disculpables por su juventud. Son personas más que mayores de edad a quienes se les suponen conocimientos y experiencia suficiente como para no meterse en problemas que no saben cómo resolver y, lo peor, que nos afectan a todos. Lo estamos viendo en las decisiones con que algunos de estos partidos de nombre fluctuante están estrenando su poder municipal.

Ada Colau, a quien no tengo el placer de conocer más que a través de las informaciones periodísticas sobre su trayectoria, fue sin duda una novedad al acceder casi por arte de magia la Alcaldía de Barcelona, la segunda ciudad de España y, por supuesto la que maneja uno de los presupuestos más elevados. En sus tiempos de activista callejera contra los recortes, parecía una persona sensata y coherente.

Ahora estamos observando con preocupación que no. Para empezar ordenó quitar el busto del Rey Juan Carlos del salón de plenos, no de su despacho, del salón de plenos que si no interpreto mal es un lugar de confluencia de todos los concejales. Ciudadanos de diferentes ideologías que el pueblo eligió para representarles en el Ayuntamiento. No consultó con ninguno, al menos con ninguno de la oposición, que se sepa.

Quizás si lo hubiese hecho alguno la habría ilustrado recordándole que en buena medida gracias al Rey Juan Carlos en España hay democracia, una democracia que le ha permitido a ella competir en unas elecciones libres y acceder a tan altas funciones. Bien es verdad que la democracia que el Rey emérito logró implantar no parece que incluya decisiones autoritarias como la que ella tomó con su busto.

Pero al margen de este percance y del desacato a la Ley que supone, lo más chocante e incongruente de estas primeras semanas de Ada Colau sea su cambio de chaqueta política, o tal vez traición a sus votantes, aprovechando el voto de la izquierda que la aupó al poder para convertirlo en respaldo electoral a quien lógicamente debería ser su principal adversario: Artur Mas, presidente de la Generalitat y líder de CDC, uno de los partidos, más opuestos a sus principios ideológicos.

Una incoherencia que echa por el suelo esa imagen de desprendimiento que intenta crearse renunciando a una buena parte de su sueldo, convirtiéndolo en el más bajo de los alcaldes de grandes ciudades, lo que contraste con el que percibe Mas, el político mejor pagado de España (su sueldo rebasa en un cuarenta por ciento el del presidente del Gobierno español- Ada Colau, látigo verbal contra la corrupción, no parece tener reparos en respaldar ahora al líder que cobija en su el partido y en el Gobierno alguno de los mayores escándalos nacionales de corrupción.

Más información