¿Quién ganará las próximas elecciones generales?

Detrás de la cortina

¿Quién ganará las próximas elecciones generales?

Las encuestas indican que, por el momento, ningún partido político cuenta con el respaldo necesario para obtener la victoria. Cuando sólo faltan unos cuatro meses para las próximas elecciones generales, el panorama político español sigue marcado por la incertidumbre. Con independencia de la evolución puntual en las encuestas, de las expectativas de voto de los distintos partidos con ‘aspiraciones’ a gobernar, la tendencia dominante sí parece clara.

Ninguna de esas cuatro formaciones parece tener posibilidades ahora de conseguir el apoyo del 30% de los votantes, la cantidad mínima que, según algunos analista, necesitaría cualquier candidato para encabezar un posible gobierno de coalición.

A lo largo del largo año electoral en el que estamos sumergidos, que arrancó con las elecciones andaluzas y terminará con las generales, se ha confirmado una y otra vez esa realidad. De modo que, salvo cataclismo de última hora, nos enfrentaremos a un parlamento fragmentado en el que la cintura y la capacidad de pactar serán dos características básicas de todos aquellos que aspiren a tocar poder. Es así, y lo principales actores políticos que tienen que intervenir en la batalla, lo saben. Por mucho que, en sus declaraciones públicas, se nieguen a admitirlo.

La legitima aspiración de todos los aspirantes a obtener los votos centristas, esos que sirven para obtener la victoria, les hace intentar navegar entre tormentas mojándose lo menos posible, con una ambigüedad calculada en muchos asuntos que contribuye a reforzar la impresión de la ciudadanía de que «todos los políticos son iguales».

Ese ambiente de escepticismo y desencanto prematuro en el que empezamos a desenvolvernos castiga especialmente a los dos grandes partidos emergentes, Podemos y Ciudadanos, que en muy poco tiempo han dejado de ser la esperanza de futuro de quienes aspiraban a apoyar un cambio que ofreciera una puerta para abandonar el callejón sin salida en el que está metido el país.

Después de las últimas elecciones municipales y autonómicas y tras los pactos que estos dos partidos han cerrado con las dos grandes formaciones del bipartidismo, PP y PSOE, las diferencias entre la ‘nueva política y la vieja política’ han dejado de ser tan evidentes como parecían antes.

Y llegada la hora de pasar de las ‘musas al teatro’, los primeros representantes de ese recambio en el poder, como las alcaldesas de Barcelona y Madrid, Ada Colau y Manuela Carmena, respectivamente, están teniendo muchos problemas para que los ciudadanos aprecien las diferencias reales entre las políticas que se aplican ahora y las que se aplicaban antes.

Y mucho nos tememos que a medio plazo, la situación va a seguir siendo la misma. Los partidos que están ahora en el poder, el PP, por supuesto, pero también CDC en Cataluña han optado por la polarización como única salida para mantener sus actuales posiciones. De ahí que Artur Mas se esfuerce tanto en convertir las próximas elecciones catalanas en un plebiscito sobre la independencia y Mariano Rajoy se abone a la estrategia de buscar desesperadamente el voto del miedo y conseguir la descalificación del adversario a cualquier precio.

Lo peor, sin embargo, es que ambos, cada uno a su manera, están logrando lo que desean, sin que los aspirantes, tanto los partidos emergentes como el PSOE sean capaces de sacar el debate de ese terreno pantanoso y situarlo en una dimensión más real y más acorde con sus intereses. Más bien, en ocasiones, resultan prisioneros de esta dinámica de la confrontación directa que les resultó positiva en el primer momento, pero que hace tiempo que ha dejado de resultarles rentable.

Cierto que, contra lo que muchos analistas parecen creer, los ciudadanos conocen la realidad. Saben, perfectamente, por ejemplo, que el país idílico que vende el PP no existe más que el relato de ficción con que Rajoy y sus asesores quieren esconder el absoluto fracaso de sus políticas económicas. Pero no acaban de creerse que una posible victoria electoral de Podemos sirviera de verdad para cambiar la situación. Y lo mismo sucede con Ciudadanos.

Aunque Pablo Iglesias y los suyos intenten restarle importancia al asunto, es obvio que la ‘claudicación’ de Alexis Tsipras en Grecia tiene mucho que ver con el estancamiento de la intención de voto que sufren los morados aquí. Lo mismo que esa necesaria falta de concreción de la que hablábamos antes y que tendría que ver con esa búsqueda de la ‘centralidad’ en la que están empeñados los dirigentes políticos de Podemos y que, de momento, sólo parece haberles servido para perder apoyos.

Para ganar el próximo partido, toca romper esa dinámica. Es necesario volver a marcar los temas de debate e implicarse verdaderamente en ellos. Aportar soluciones creíbles, claro, pero también abrir caminos que contribuyan a demostrar que el buen uso de la política puede servir para construir un futuro mejor.

Al final, a Podemos la decisión de abandonar por completo aquel programa utópico con el que dieron la campanada en las ya lejanas elecciones europeas de 2014, le está saliendo mucho más caro de lo que sus líderes creían. Sobre todo, porque en todo este tiempo aún no han sido capaces poner sobre la mesa algo mejor. El tiempo apremia y hay que volver a jugar fuerte.

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