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Tiempo para el ridículo

En muchos municipios pequeños de media España los nuevos regidores municipales compiten por provocar el sonrojo generalizado de los ciudadanos a los que representan. Los amigos del ridículo, de protagonizarlo quiero decir, están en su edad de oro. No sólo en Madrid y Barcelona con sus respectivas alcaldesas algunos políticos lo exhiben con toda naturalidad en sus decisiones. También en muchos municipios pequeños de media España los nuevos regidores municipales compiten por provocar el sonrojo generalizado de los ciudadanos a los que representan.

En Corvera, una localidad asturiana – mi tierra para mayor vergüenza ajena – el partido Somos Corvera, que imagino de la conspiración de los chavistas hispanos, han decidido imponer el femenino en sus documentos y tratamientos. Así, como suena. A falta de otras ideas más útiles para resolverles los problemas a los convecinos, quieren acabar con el género masculino.

Los hombres y demás seres de nuestro género hemos dejado de existir en la ridiculez del lenguaje oficial de estos personajes. Mayor chorrada es evidente que no se le ocurre ni al que asó la manteca. Pero así, mis paisanos de triste imagen, cifran en esta decisión el darle jaque mate al machismo que impera en la sociedad contemporánea. Y que conste que me considero feminista pero no imbécil y defiendo la igualdad sin jilipolleces.

No conozco a estos descerebrados interfectos promotores de la iniciativa que, por fortuna, apenas ha trascendido más acá del Pajares. Por fortuna la inmensa mayor parte de los asturianos somos normales. Y digo por fortuna porque no me gusta que los míos, yo incluido, provoquen risa. Los asturianos somos tímidos y si algo cuidamos, con excepciones como la de los de Somos Corvera, es hacer el ridículo.

Pero, ¡qué le vamos a hacer! No hay seres humanos superiores. Aunque en todo, siempre hay excepciones. La inmensa mayor parte de los ciudadanos del mundo, sean hombres o mujeres, heterosexuales o gays, negros, blancos o amarillos y hasta ricos y pobres, tienen una cabeza que le sirve para pensar y la utilizan con mayor o menor acierto. Pero entre una mayoría tan aplastante de iguales, nunca faltan algunas excepciones. Lo extraño es que alguien les haya votado.

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Tiempo para el ridículo

Diego Carcedo

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