Pese a las recientes tensiones surgidas entre Washington y Moscú, al inquilino de la Casa Blanca se le recordará mejor por otras cuestiones. Vladimir Putin mantiene una tensa relación con Barack Obama desde hace tiempo. Una tensión agravada, además, por la crisis ucraniana que impulsó a Washington a pedir sanciones económicas contra Moscú.
Sin embargo, Obama no pasará a la historia del pueblo americano por molestar a los rusos –algo muy aplaudido hace unas cuantas décadas pero actualmente mero entretenimiento para el común de los norteamericanos, que ya tiene otros exteriores constitutivos en mente- sino, dice mi jefe, por tres logros.
El primero, lograr que la crisis financiera que arrasó el país a finales de la década pasada se haya solucionado más mal que bien, y con unos bancos metidos en cintura. El segundo, su programa de salud Obamacare. Y el tercero, arreglar un poco el desaguisado del gran ‘mito’ norteamericano: Cuba. Con las negociaciones para permitir la apertura de la mayor de las Antillas, el todavía inquilino de la Casa Blanca parece dispuesto a conseguir dar carpetazo a un asunto que lleva décadas levantando pasiones en la primera potencia del mundo.
