Un ingeniero japonés se quita la vida tras cometer un error en la construcción de un puente colgante. Hay errores que matan, mejor dicho que invitan a morir. Es lo que le ha pasado a un ingeniero japonés, de nombre Ryoichi, que se equivocó -le puede pasar a cualquiera– al colocar un cable de la estructura del puente que estaban construyendo. Bueno, empecemos por el principio. Ryoichi trabajaba en la instalación de un gigantesco puente colgante, de tres kilómetros de largo nada menos, en Turquía. Será, cuando esté acabado, el puente colgante más largo del mundo y unirá las ciudades de Izmity y Yalova, sobre el mar de Mármara. Ahorrará a los automovilistas una hora larga de volante y varios litros de combustible.
Una obra de ingeniería impresionante, desde luego. Y en el proyecto, Ryoichi cometió un error; un error del que él mismo se auto inculpó enseguida y, como buen japonés, decidió pagarlo con lo mejor que tenía a mano, su propia vida. Además, para facilitar las cosas y evitar más problemas de los ya causados, en lugar de suicidarse en casa, como suele hacer la gente, se trasladó al cementerio de Yalova, tiró de navaja, de cuchillo eso no lo sé, y se seccionó las muñecas y el cuello. Obviamente se desangró en cuestión de minutos. Los ingenieros se equivocan en todas partes y como todos los profesionales, pero por aquí no solemos tomárnoslo tan a pecho.
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