El Papa que cuenta chistes

Papa Francisco

El Papa que cuenta chistes

La campechanería que refleja el Papa que tenemos resulta insólita dentro de los muros del Vaticano y nada habitual en sus salidas al exterior. El Papa Francisco sigue ganando puntos en la apreciación popular de medio mundo y parte de la otra mitad. No ha abandonado las apreciaciones y disposiciones teológicas propias de su santidad pero su gestión, en la que ya ha cumplido dos años, parece predestinada a pasar a la Historia como el Papa que se preocupó de verdad de los pobres y que mostró mayor inquietud por las personas que pasan hambre que por la conservación de las maravillosas obras de arte de la Capilla Sixtina.

Sin olvidar, por supuesto, su empeño por clarificar las cuentas, hasta ahora opacas y por lo tanto chanchulleras, del Banco del Vaticano y por meter en cintura a los restos arqueológicos de una Curia carente de ejemplaridad cristiana y bien sobrada de ambiciones mundanas que heredó. Francisco con su sonrisa y su campechanería está contribuyendo más que los demás dirigentes políticos occidentales a mejorar un pelín los principios de justicia social e incluso de convivencia entre los puebles y las personas.

La campechanería que refleja el Papa que tenemos resulta insólita dentro de los muros del Vaticano y nada habitual en sus salidas al exterior donde ya en el propio avión en que se desplaza rompe con el rígido protocolo que protegía a sus predecesores. Hasta se permite, algo que le humaniza de manera hasta ahora inimaginable, es que de vez en cuando se arriesga a contar chistes con acento porteño. No es un dechado de gracejo personal pero tratándose de un Papa hay que reconocerle un puntito.

Estos días pasados hizo fortuna en los medios de comunicación un chistecillo en el que incluso se ha permitido criticar la forma de ser típica del grueso de sus paisanos. No conozco sus palabras textuales pero más o menos explicó en broma cómo se suicidan los argentinos. No se pegan tiros ni toman decenas de somníferos. Simplemente se encaraman en su ego patrio y personal y, cuando ya están en lo alto, se dejan caer.

A muchos de sus paisanos seguramente no les gustó la broma pero con toda la admiración que despiertan los argentinos y la crítica que despierta su orgullo hay que decir que no está mal. Y contado por un Papa bonaerense, aún mejor. Yo, desde luego, me he sonreído y puedo añadir que es la primera vez que las palabras de un Sumo Pontífice, que siempre me han merecido respeto aunque no siempre me hayan convencido, me resultaron graciosas.

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