La trampa de la competitividad y los salarios de miseria

Detrás de la cortina

La trampa de la competitividad y los salarios de miseria

La prioridad de las políticas laborales debería situarse en eliminar por completo la actual precarización del empleo Hay un nuevo ‘mantra’ en circulación: el que habla de vincular las retribuciones salariales a la productividad. Los teóricos de la ‘casta’, en sus versiones liberal, socialdemócrata y sindicalista moderno, deslizan una vez si y otra también esa idea en sus discursos. Creen que sin capacidad de competir en una economía global es imposible mantener las bases del estado del bienestar que, por cierto, ahora reducen -priorizar, lo llama algún sospechoso habitual- a educación y sanidad.

Y, por cierto, como supo antes que nadie un mago de la propaganda conocido como Goebbels, ya saben el jefe de prensa de un tal Hitler, este tipo de consignas hay que repetirlas mucho para que lleguen a introducirse en el cerebro de los ciudadanos. Así, por pura inercia, serán admitidas sin mayor problema por una mayoría suficiente en beneficio de los promotores de la idea. Por supuesto, el eslogan esconde la realidad de lo que se pretende hacer. Y, en algunos casos, no queda más remedio que introducir los cambios que hagan falta sobre la marcha para que mantenga su vigencia en el tiempo.

Olvídense por un momento de todo lo demás y concéntrense en la verdadera consecuencia, en mi opinión, de las políticas introducidas en el ámbito laboral para, en teoría, apoyar la salida de la crisis y propiciar la creación de empleo. Ya saben, limitar el poder de los representantes de los trabajadores en la negociación colectiva, facilitar el despido y la flexibilidad en la contratación y aplicar un recorte salvaje a los sueldos. Precarizar, en definitiva.

Esta es la verdad y este es el plan para el sur de Europa que, desde un principio, tenían Berlín y sus aliados. Con la deuda contraída por el sector privado de los países cautivos como arma de disuasión. Sobre todo, una vez que consiguieron que los distintos estados avalaran esos compromisos en nombre de todos sus ciudadanos. Y esta es la estrategia que han aplicado en España, en concreto el PP y el PSOE. A estas alturas, ya somos un país ‘low cost’, donde tener un trabajo no asegura, en absoluto, que uno se pueda ganar la vida y la emigración es un recurso casi indispensable para que los jóvenes puedan encontrar un trabajo más o menos digno.

Y esa política que ha perjudicado a la mayor parte de los ciudadanos, pero ha beneficiado y mucho al mismo grupo que provocó el desastre es la que pretenden seguir aplicando. Por eso, cuando las cosas se les han torcido, cuando la corrupción ha estallado y la pobreza y el malestar se han hecho demasiado evidentes, han descubierto que sin una renovación del discurso van a tener muchos problemas para continuar con su plan.

Así que ahora ya no se trata de que hayamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Tampoco van a repetir aquello de que es «mejor tener un mal trabajo que no tener ninguno», ni siquiera van a intentar desempolvar los ‘minijobs’, que por cierto ya están perfectamente implantados. Aunque la cara dura demostrada por algunos líderes políticos, y alguna que otra ‘lideresa’ no parece tener límites, tienen que frenar un poco. Hasta los más ingenuos han entendido ya que lo único que se pretendía era convencernos de que el trabajo era un bien escaso y conseguir, como fuera, reducir la carga que suponen para las cuentas del Estado las retribuciones por desempleo.

Justo ahí es dónde entra el nuevo discurso del que hablábamos al principio. Una buena idea propagandística, por cierto. Simple, fácil de entender y, en principio, bastante lógica en apariencia. Aquello de que el que trabaje más tenga derecho a ganar más. Pero cuidado. Justo eso es lo que piensan los ‘sufridos’ ciudadanos de los países ricos de la UE. Creen que como ellos trabajan mucho más de lo que lo hacemos en el sur, tienen derecho a poseer una vida mejor de la que tienen. Y nos convencen de que la pobreza sólo se instala entre quienes se la merecen.

Sin embargo, es obvio, que no es así. Que esa estupenda teoría choca con la realidad que cualquiera puede ver todos los días. Ni en España ni en Europa, ni en ningún lugar del mundo funciona la meritocracia. Los mecanismos de ascenso social, mejora de retribuciones o acumulación de riqueza funcionan de otra manera. Y sí, puede que esa visión de que están los de arriba por un lado y los de abajo por otro que defienden últimamente los líderes de Podemos sea reduccionista. Pero es muy, muy gráfica y clarificadora.

Así que, en este año electoral, en el que pueden cambiarse unas cuantas cosas, quizá el votante potencial, podría empezar a tener en cuenta este asunto. La prioridad de la política no puede ser otra que asegurar a todos los ciudadanos un modo digno de ganarse la vida. Y para conseguirlo es necesario combatir desde la raíz cualquier intento de mantener la precarización del empleo, como elemento básico de la nueva estructura social que emergerá en los próximos años.

Así que lean con cuidado esa parte de los programas electorales y actúen en consecuencia. Por supuesto que primero hay que reparar los daños provocados por esta crisis y articular el rescate de la población más perjudicada. Pero, inmediatamente después hay que enterrar la última reforma laboral y establecer unos límites claros en las características mínimas, de retribución, horarios y compromisos contractuales que debe tener un empleo. O eso me parece a mí.

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