El fútbol mueve millones, consigue los créditos que a muchas empresas productivas se les niegan y se beneficia de subvenciones que pagamos todos. El fútbol profesional degenera de día en día que es una barbaridad. Unas veces es la violencia, como la que hace pocas semanas costó la vida a un hincha del Deportivo a las puertas del Manzanares, o las manifestaciones de algún desaprensivo alegrándose de semejante barbaridad, o los aplausos entusiastas de seguidores del Betis, de prosovéticos como algunos se definen, a un jugador y no precisamente por su buena técnica sobre el césped sino por haber maltratado a su mujer y haberse ganado la nauseabunda etiqueta de maltratador.
Son sólo algunos ejemplos entre las decenas y decenas de falta de decencia social y personal que se repiten en los estadios, sobre el césped y sobre todo en las gradas, como las actitudes racistas contra jugadores de color que no suelen ser suficientemente penadas. Y todo por no hablar, que de eso siempre nos quedaremos cortos, de las deudas que acumulan los clubs, a menudo con Hacienda, del mal ejemplo de muchos directivos y de sus chanchullos para trincar a costa de los intereses de los socios y respaldados por la irracionalidad de algunos seguidores.
El deporte es una actividad excelente para mantener la convivencia y, de paso, para entretener y disfrutar del espectáculo. Pero el fútbol, que es el deporte con más seguidores, ha degenerado al socaire del dinero y del todo vale con tal de mantener las pasiones, nada importa que se desborden, y lejos de sus objetivos primitivos es un ejemplo de todo lo contrario, de la violencia, de la intolerancia, del racismo y, al final la madre de todos los vicios que en fútbol prosperan, de la corrupción. Ahí están los deplorables escándalos de compraventa de partidos.
Pero el fútbol mueve millones, consigue los créditos que a muchas empresas productivas se les niegan, se beneficia de subvenciones y ayudas con cargo a los impuestos que pagamos todos y cuenta con una tolerancia social y a veces oficial que repele. Alguien decía que si un diez por ciento de las comisiones que se sumen bajo la propaganda de los fichajes millonarios y las euforias absurdas que provocan se destinase a estimular comportamientos cívicos entre los aficionados, mejor le iría a la imagen de un deporte que está dejando de serlo para convertirse en un basurero de los males de la sociedad.
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El fútbol degenera
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