“El Cordobés”

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“El Cordobés”

Conceder la Medalla de Oro de las Bellas Artes a “El Cordobés” parece un despropósito, por no decir un disparate. Le ha sido concedida la Medalla de Oro de las Bellas Artes a “El Cordobés”. Sí, como lo oyen, a Manuel Benítez “El Cordobés”. Lo he leído en la prensa, en un suelto perdido en una página par, de las que recogen las noticias predestinadas a acabar en la papelera si llega una esquela de última hora ¿Habrá sido un error?, me he preguntado. Y varios días después sigo albergando dudas que nadie aclara ni desmiente.

¿De quién habrá sido tan anacrónica idea?, sigo cuestionándome sin obtener la respuesta que le reclamo a mi modesta inteligencia. Por favor, que nadie me malinterprete, no tengo nada contra “El Cordobés”. Como no soy aficionado a los toros – mejor dicho, como me horrorizan los toros – no tengo capacidad para hacer un juicio sobre sus olvidados espavientos en la plaza, sus saltos de la rana y otros pases de lo más heterodoxo que la crítica especializada siempre había censurado.

Pero con todo, me atrevería a añadir que es un personaje que me caía simpático, cuando se movía de plaza en plaza montando su espectáculo medio taurino y medio circense. Entonces era una figura muy aplaudida por las masas y por el Régimen, que necesitaba contar con adictos adornados de popularidad. Luego desapareció de la escena, protagonizó algunos escándalos de menor cuantía mayormente por el rechazo a la paternidad furtiva de su fotocopia dentro y fuera de los ruedos.

Y ahora, cuando menos se esperaba, aparece de nuevo investido con un galardón que uno creía reservado a los más grandes del mundo de las artes auténticas. Hay quien dice – y con respeto a las opiniones ajenas discrepo – que los toros son un arte, el arte de Cuchares, tópico con que lo adjetivaban los cronistas cursis. Para empezar, muchas personas consideran que es una salvajada y, por mi experiencia internacional, una de nuestras tradiciones que más contribuyen a deteriorar la imagen de España y a obstaculizar la Marca España.

Pero al margen de estas disquisiciones, hay bastante unanimidad en que si la fiesta de los toros es un arte sangriento, no es Manuel Benítez el mejor exponente de calidad. Ha habido en estos años y sigue habiendo figuras del torero con mayor pureza de estilo y, en la realidad, más arriesgadas en el reto con las astas del toro. “El Cordobés” fue popular, desde luego, y en muchos detalles muy representativo del esperpento nacional.

Una medalla en la década de los setenta motivada por méritos políticos habría resultado algo normal y hasta lógico. A estas alturas, con el reto de la modernidad cultural y artística que tenemos los españoles, remontarse por el túnel del tiempo a reconocer aquella contribución al sistema de entonces parece un despropósito, por no decir un disparate. Y que Manuel Benítez con su flequillo encanecido, me disculpe.

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