Syriza acorrala a la ‘casta’ europea

Detrás de la cortina

Syriza acorrala a la ‘casta’ europea

Las políticas sociales que impulsan los partidos surgidos de la vieja izquierda radical puede salvar a la UE La rapidez con que los nuevos dirigentes griegos, Alex Tsipras y los suyos, han movido sus fichas sobre el tablero europeo tras su victoria electoral, ha dejado al descubierto las carencias de la ideología dominante en Europa. Nunca como ahora ha resultado tan evidente que la ‘casta’ de Bruselas trabaja a destajo para preservar los intereses de ese grupo de emperadores financieros multilaterales al que obedece.

Hasta el punto de que el éxito de Syriza en los últimos comicios celebrados en Grecia el pasado 25 de enero, quizá pueda convertir a ese día, en la fecha señalada en los libros de historia como el principio del fin del dominio que los ejércitos ideológicos del neoliberalismo radical han mantenido sobre todo el territorio de la Unión Europea. Y eso va a ser así, con independencia de lo que opinen al respecto quienes ahora gestionan el poder desde Berlín, Bruselas o Francfort sin respetar, en ningún caso, los principios democráticos más elementales.

Lo de menos es que Tsipras y su equipo consigan el 100% de lo que piden. Incluso si no lo hacen, la semilla de la disidencia estaría ya plantada y dará frutos muy poderosos mucho antes de lo que algunos creen. Lo que importa es que, por fin, una partido que no aspira ni a romper el euro, ni a destrozar la Unión Europea, ha levantado la voz para exigir un giro social a los responsables europeos. Y para recordar a los ciudadanos del continente y a sus rivales políticos que la solidaridad y el bienestar social son los auténtico pilares sobre los que debe sostenerse el futuro de Europa.

Para empezar el nuevo Gobierno griego no se niega a pagar la deuda. Y admite la responsabilidad de su país en el proceso que ha llevado a su población a la situación desesperada en la que se encuentra. Sólo exige negociar un tipo de rescate que priorice las necesidades de un pueblo golpeado al que se ha llevado al límite de su resistencia. Y, además, que ofrezca un margen suficiente para que pueda producirse el crecimiento económico necesario. Entre otras cosas, porque como ha quedado demostrado tras años de austeridad improductiva, esa es la única manera de que Atenaspueda cumplir con los compromisos adquiridos con sus acreedores.

Ese no es, ni mucho menos, el discurso de un grupo radical que quiere destrozar el sistema y provocar el caos. Al contrario, son propuestas razonables, de puro sentido común y que apoyan legiones de expertos económicos internacionales de primera división. Entre ellos un par de premios Nobel como Joseph Stiglitz y Paul Krugman.

Por eso, no resulta fácil encontrar una dialéctica mínimamente razonable para contrarrestar la fuerza del terremoto que se ha fraguado en las urnas griegas. No, cuando los planes aplicados en el país por los gobiernos patrocinados por la ‘troika’ sólo han servido para aumentar la deuda, empobrecer a la población hasta límites insostenibles y alumbrar el nacimiento de opciones radicales al nacionalsocialismo hitleriano. Y cuidado, porque es probable que si Syriza falla ahora por culpa de la intransigencia de Angela Merkel y su entorno, esas sean las únicas alternativas que queden en pie tras el terremoto.

La batalla no ha hecho más que comenzar pero ya ha generado sus héroes y sus villanos. Por fin, por ejemplo, vuelve a existir un político que despierta las simpatías de los ciudadanos del continente. Es el nuevo ministro de Finanzas griego Yanis Varoufakis. Su determinación e imagen, a la vez contundente y reflexiva, han recordado a los votantes desencantados de toda Europa que también hay dirigentes que obedecen el mandato recibido en las urnas y trabajan con todas sus fuerzas por el bien común.

En el otro lado está Mario Draghi. El presidente del BCE, que ha cerrado el grifo de la financiación a los bancos griegos para obligar a su gobierno a negociar un nuevo rescate en términos similares a los anteriores. Aunque, probablemente, la medida no sea tan devastadora como parece, porque el BCE mantendría abiertas la líneas de liquidez de emergencia. Pero su carga simbólica es tal que el refinado italiano que trabajaba en Goldman Sachs, se ha convertido ya en el villano perfecto de esta historia.

Y el huracán se extiende por el Sur. Los presidentes ‘socialdemócratas’ de Italia y Francia, Mateo Rienzi y François Hollande, se encuentran en una posición especialmente delicada. Es cierto que si Syriza consigue forjar un pacto favorable a sus intereses ambos van a quedar en entredicho, por no haberse atrevido a enfrentarse a Alemania, a pesar de ser los dirigentes de dos de los principales países de la Unión.

Pero si su pasividad, o su acción beligerante en respaldo de las tesis alemanas, condenan a la miseria a los griegos, el electorado de sus propios países tomará nota. Y ellos, y sus partidos desaparecerán del mapa como le acaba de suceder al Pasok en Grecia y le puede suceder al PSOE en España, según anticipa esta semana en un editorial el prestigioso semanario The Economist.

De hecho, ya empieza a notarse una cierta incomodidad entre los ideólogos progresistas cercanos a los partidos socialdemócratas clásicos. Muchos han optado en los últimos días por desmarcarse de las críticas indiscriminadas contra Syriza y sus programa económico. Considerar ‘imposible’, por ejemplo, que un Gobierno elegido en las urnas pueda otorgar una paga extra de 300 euros a los pensionistas, que ganan eso poco más o menos mensualmente, no resulta fácil de explicar. Sobre todo, si el único argumento que se esgrime es que los alemanes no van a aceptarlo.

Los socialistas griegos han desaparecido ya. Pero los italianos, los franceses y hasta los españoles todavía podrían sobrevivir. Si cambian de bando, se sitúan en la posición que históricamente les corresponde y realizan una verdadera ‘limpieza’ general entre su dirigencia. Antes de que Tsipras ganara las elecciones ya se encontraban en un callejón sin salida. Pero ahora aún es peor. Ahora existen opciones políticas con fuerza electoral suficiente para ocupar el espacio progresista que los viejos socialdemocrátas se han empeñado en abandonar. Y el viento de la historia empieza a soplar en su contra.

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