El Gobierno turco ha pedido que las mujeres dejen de mirar a la cara a los hombres y que dejen de reír en público. Las mujeres vuelven a estar en el punto de mira del fanatismo islamista. De hecho nunca dejaron de estarlo pero últimamente los energúmenos del machismo vuelven a tomarse sus exigencias más en serio. Los tiempos cambian y la piel emerge en libertad, a duras penas contenida por los bikinis por todas partes pero en las regiones controladas por los talibanes, Hermanos Musulmanes y yihadistas, las manecillas de los relojes corren para atrás. La mujer en casa, bien abrigadita y si es con la pata quebrada, como mandaban los viejos cánones, mejor que mejor.
En Afganistán, donde los talibanes siguen haciendo guardia en los luceros, a una mujer que se negaba a ocultarse en el terrible burka le acaban de rebanar el pescuezo mientras en el llamado Califato de Irak y Siria, recién creado por los yihadistas, lo primero que han dispuesto los nuevos opresores es que las mujeres se cubran inmediatamente de pies a cabeza, que no dejen ni un centímetro de piel al aire ni siquiera de sus manos. Aparte, claro, de la ablación obligatoria para todas las que no la hayan hecho por debajo de los cincuenta años.
Pero incluso en Turquía, donde parecía que el fanatismo religioso perdía comba gracias a las instrucciones modernizantes de Ataturk, el Gobierno del cínico Erdogán, que durante años tuvo engañado a Occidente, vuelve a donde solía, a donde pretende su ideología religiosa y disimuladamente fanática. No se conforma con encarcelar periodistas por decenas, también ordena y manda que las mujeres dejen de maquillarse, perfumarse y mostrar encantos en público. Ya hace tiempo que esta nueva política se venía observando pero ahora acaba de oficializarse.
El segundo de a bordo de Erdogán, el ínclito viceprimer ministro Bulent Arinç, ha pedido que las mujeres dejen de mirar a la cara a los hombres y que dejen de reír en público. ¡Qué es eso de despertar malos instintos con la sonrisa! Hay que acabar, anticipa el vice turco, con la corrupción moral. De la corrupción administrativa que corroe el país y a su partido, no ha dicho nada. Lo importante es que las mujeres sean dóciles como corderitas en casa y recuperen la cara seria, bajen la mirada y endurezcan el rostro ante los demás. El resto da lo mismo.
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