La ‘casta’ de Bruselas: incapaces de aprender

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La ‘casta’ de Bruselas: incapaces de aprender

Los políticos europeos han vuelto a demostrar que anteponen sus intereses particulares a los de los ciudadanos. La sólida oligarquía que se ubica en Bruselas, la capital de Unión Europea (UE), constituye un claro ejemplo de cómo los intereses particulares se sobreponen, a veces, incluso a la más elemental prudencia política.

Esta semana pasada, hemos tenido un ejemplo claro. Se planteaba la elección del equipo de comisarios que deben acompañar al presidente electo de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker. Pues bien, el acuerdo necesario para efectuar la designación ha resultado imposible. Hasta tal punto que no se espera conocer la identidad de los máximos responsables de la evolución de Europa hasta después del verano.

El aplazamiento de estos nombramientos había estado precedido por numerosos actos de contrición públicos y unas cuantas advocaciones a la fe de la representación democrática. Por eso, el tremendo ridículo puso en evidencia que detrás de todas esas manifestaciones de arrepentimiento sólo estaba el más que notable sobresalto que los políticos bruselenses habían recibido con los resultados de las últimas elecciones al Parlamento de Estrasburgo.

Ese sobresalto ya había sido perceptible una semana antes, inmediatamente después de hacerse públicos los resultados de las elecciones. Un reparto de votos donde se observaba un fuerte castigo de los ciudadanos a los ‘partidos de la entente’ (populares, socialdemócratas y liberales).

El fenómeno, no por intuido menos impactante, dio lugar a una curiosa coincidencia. Primero, el Banco Central Europeo (BCE) olvidaba su tradicional cicatería y anunciaba su nueva disposición a ofrecer prácticamente todo el dinero que hiciera falta en el circuito financiero continental.

Luego, en sentido, parecido, en su toma de posesión, Jean Claude Juncker prometió 300.000 millones de euros como inversión de finalidad social. Aunque, eso sí, no determinó exactamente ni cuáles serían los canales para realizarla, ni en qué el plazo. Sin embargo, lo importante es que con esta declaración el nuevo presidente de la Comisión también daba por recibido el mensaje de las urnas.

Hasta aquí, lo razonable. Después llegó el esperpento de intentar hacer posible lo que parece irrealizable: poner de acuerdo en algo a los 28 países miembros de la UE. O mejor dicho, conciliar los intereses particulares de los responsables de esa tropa. Y el resultado dibuja un difícil modo de construir una Europa próspera y solidaria.

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