Lo que hace falta es que las ayuntamientos en vez de aprovechar las bicicletas para conseguir votos se esfuercen por habilitar vías y facilidades para poderlas utilizar con seguridad. Con todos los problemas de Madrid, ahora resulta que la cosa va de bicicletas. Para los que somos de pueblo pequeño, nos hemos movido en bicicleta desde la infancia, y bien que lo añoramos de mayores, los debates y polémicas suscitados en torno a la última, y quizás única, iniciativa de doña Ana Botella son ridículos. Las bicicletas son un medio para desplazarse maravilloso, que ayuda a la salud, ahorra combustible y evita contaminación; pero hasta ahora en Madrid no lo habían descubierto sus regidores, más proclives a los coches de alta gama esperándoles a la puerta de sus despachos.
Debió de ser en algún viaje a Amsterdan donde la señora Botella y sus cerebros pensantes se cayeron del guindo de pronto y se percataron de que con más bicicletas por las calles a cambio de menos coches, todos saldremos ganando y con los tímpanos mejor cuidados. Lo curioso es la solmene polémica que se ha generado en torno a su funcionamiento y, sobre todo a la concesión del servicio, con pinta de negociete privado, como la Administración municipal propende, unido a la oportunidad de recandidatarse de la Alcaldesa que ofuscada en sus ambiciones políticas no parece mirarse mucho en el espejo de sus obras completas.
Las bicicletas están bien, lo digo mayormente porque siempre las he utilizado desde que mi abuelo me regaló una cuando tenía seis años; lo que hace falta es que las ayuntamientos en vez de aprovecharlas para conseguir votos para sus munícipes mayoritarios se esfuercen por habilitar vías y facilidades para poderlas utilizar con seguridad, sobre todo con seguridad. Porque, no hay que olvidarlo, solas no son especialmente peligrosas, pero en medio de los desmadres del tráfico de Madrid y montadas por ciclistas poco duchos, sí que pueden serlo. Más cuando se trata de una ciudad con muchas cuestas y bajadas y, lo peor, una climatología adversa una parte del año.
La gente ya ha rebautizado las bicicletas que tanto están dando qué hablar, mayormente por la improvisación de la iniciativa y los fallos que el servicio ha revelado, como las bicicletas de doña Botella a quien sus opositores en la Corporación consideran de manera muy irreverente un pelín gafe. Confiemos que en esta ocasión, la iniciativa supere ese maleficio y por fin Madrid sea para las bicicletas de todos y no sólo para el verano, como en la película.
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Las bicicletas de doña Botella
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