Sospecho que al cardenal Rouco Varela este boom de separaciones y divorcios no debe de hacerle ni puñetera gracia. ¿Será verdad que ha acabado la crisis y que muy pronto vamos a ponernos todos a devorar perdices de contentos? Me lo pregunto mayormente porque acabo de leer en los periódicos que en el pasado trimestre los divorcios y separaciones han aumentado de manera espectacular. Por encima de trece por ciento, se afirma. Últimamente habían caído, tal parecía que empezábamos a tomarnos en serio el “hasta que la muerte os separe”, y este cambio brusco de tendencia sorprende como no es para menos.
Los expertos, que siempre tienen respuestas contundentes para todo, estaban convencidos de que era la crisis, la dificultad para pagar las hipotecas y la conveniencia de juntar de aquí y de allá para ir tirando lo que mantenían unidas a muchas parejas hartitas de soportarse veinticuatro horas. El paro de muchas y muchos, además, obliga a estar más horas de la cuenta en casa lo cual se vuelve en contra de la convivencia pacífica. Pero en fin, las cosas deben estar empezando a cambiar.
El Gobierno se empeña en propalar urbi et orbe que las cosas mejoran y hay quien se lo cree sin entrar en detalles. La diáspora matrimonial se ha desatado y los matrimonios para toda la vida a activar sus fechas de caducidad. Me preocupa que desde el poder se esté estimulando así el pecado de la ruptura del vínculo. El Gobierno y la Iglesia no siempre van del brazo. Sospecho que al cardenal Rouco Varela, tan preclaro vigilante de la ortodoxia de las conductas cristianas, este boom de separaciones y divorcios no debe de hacerle ni puñetera gracia.
