Del techo de cristal al “suelo pegajoso”: la precariedad laboral que atrapa a las mujeres

Brecha de género

Del techo de cristal al “suelo pegajoso”: la precariedad laboral que atrapa a las mujeres

Un estudio de Funcas apunta que la maternidad ya no saca del mercado a las mujeres pero advierte de que el desigual reparto de las cargas familiares sigue penalizando sus vidas laborales y manteniendo la brecha.

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Las mujeres se han incorporado masivamente al mercado laboral desde los 80 en España: su tasa de actividad es un 40% mayor hoy que en 1987, y sólo en 12 años la máxima tasa de actividad ha pasado de estar en el grupo de mujeres de entre 25 y 29 años a situarse en el de 40-44, con un 86% de actividad el año pasado.

“Ello indica el fin del modelo tradicional de participación laboral femenina: la práctica de abandonar el mercado de trabajo, coincidiendo con la edad de maternidad, tiende a desaparecer”, explica el análisis de la Encuesta de Población Activa que hace Funcas en la edición 27 de Panorama Social, dedicada a las brechas de género. Inmaculada Cebrián y Gloria Moreno desgranan los rasgos diferenciadores de la presencia femenina en el mercado laboral español, fuertemente marcado por la crisis y el inicio de la recuperación.

Porque a pesar del avance, consideran que la brecha laboral persiste, entre otros aspectos, por el desigual reparto de las responsabilidades familiares. En 2017, la desigualdad en población activa y empleo rondaban los 12 y 11 puntos porcentuales, respectivamente, a favor de los hombres.

Las autoras recuerdan que la crisis destruyó más empleos de hombres que de mujeres y que tras los últimos años de recuperación el nivel de empleo femenino ya es igual que el previo a la crisis, -el masculino aún no-. “Ahora bien, hay evidencias de que se está consiguiendo a costa de una precarización del empleo femenino”.

“El empleo precario, la segregación ocupacional y la concentración en determinadas ramas de actividad son características de una parte del empleo femenino. Además, su participación en los empleos con mayores salarios es inferior a la de los hombres. Este tipo de segregación es, en cierta medida, consecuencia de estereotipos de género en las elecciones educativas y laborales, pero también es el resultado de los procesos de discriminación que sufren las mujeres en el acceso a determinados empleos y las dificultades para su promoción dentro de las empresas”, subraya el estudio, que explica cómo “el techo de cristal frena su acceso a puestos mejor retribuidos y de más responsabilidad y el suelo pegajoso las retiene en los puestos peor remunerados y de más baja cualificación, mostrando que siguen existiendo obstáculos sociales y culturales que impiden la igualdad laboral entre hombres y mujeres”. ¿Por qué?

En primer lugar, Funcas apunta que con carácter general, se puede afirmar que las brechas de género en el mercado de trabajo aumentan con la edad: se buscan empleos más flexibles para compatibilizar familia y trabajo, lo que redunda en “segregación ocupacional” y en que ellas acumulen menor experiencia y capital humano, que se traduce en “penalización salarial”.

Señalan que mientras el modelo tradicional de participación femenina cada vez presenta pautas más parecidas al de los varones, la brecha se mantiene toda vez que entre ellas, la inactividad causada los cuidados de familiares está presente en todo momento y es una causa minoritaria para los inactivos varones.

Pero el mayor nivel educativo desplaza generacionalmente esta tendencia, de manera que “es clave en la relación entre las decisiones de participación y maternidad, observándose que e mayor nivel educativo supone no solo un retraso en las decisiones de maternidad, sino también la renuncia a tener hijos”.

En suma, ecuentran que “el comportamiento laboral de las distintas generaciones revela un cambio claro en la participación de las mujeres de las cohortes más jóvenes frente a las mujeres de más edad, tendiendo a igualarse la presencia de mujeres y hombres en el mercado de trabajo”.

Sobre la temporalidad, la tasa femenina es tradicionalmente mayor que la de los hombres, pero desde inicios de 2016 la EPA constata que la brecha se agranda porque crece más entre las mujeres: «De los casi 16 millones de asalariados, en torno a 4 millones tienen una relación contractual de carácter temporal, de los que la mitad son mujeres» a pesar de que ellas son menos en el mercado.

Por otro lado, un 7% de los hombres frente a un 25% de las mujeres trabajan a tiempo parcial; es decir, una de cada cuatro asalariadas tienen un contrato a tiempo parcial. «La evolución muestra que, además de que la tasa femenina de empleo a tiempo parcial está por encima de la masculina, en el caso de las mujeres hay un componente cíclico muy marcado, aumentando en los primeros y segundos trimestres de cada año y con mínimos en los terceros trimestres. Esta estacionalidad del empleo femenino está ligada a la distribución sectorial de su empleo».

Pero es más relevante observar quién desea trabajar con ese tipo de jornada: el 55% de hombres preferiría un trabajo a jornada completa. Esa proporción se dispara hasta el 63% en el caso de las mujeres.

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