Vaya usted a saber dónde estaba el topo, la cámara o el micrófono del espionaje soviético para asegurar que entre las declaraciones de Del Pino estaba la advertencia que en Cuba sobraban pilotos dispuestos a volar a baja altura y ocasionar en pocos minutos un serio daño en instalaciones nucleares de Turkey Point ubicadas en el estado de Florida.
La cercanía (90 millas), siempre lo he sostenido, ha sido una de las grandes preocupaciones gringas para una aventura militar contra la isla y tal parece que ni el propio Donald Trump, como el instigador Marco Rubio, secretario de Estado, lo han valorado en su justa dimensión. Ojalá que algún alto cargo militar sensato se los pueda explicar en estos turbulentos días, que con Cuba todo es diferente.
Políticos, analistas, académicos y otros similares de igual cuadrilla que sólo saben de guerras por los filmes, estudios y lecturas, pero que nunca han estado en una trinchera para ver cómo su compañero vuela en pedazos, si tuvieran la experiencia tras vivir y padecer de un conflicto bélico, pensarían mejor en que todo lo que se pueda hacer por evitarla es ganarla sin el uso de una granada o el mortífero vuelo de un dron. Un reto que hoy día cobra gran importancia.
El impresionante despliegue naval y aéreo frente a las costas venezolanas y las más recientes declaraciones de Donald Trump no avizoran nada bueno para la hermana nación. Envalentonados con una acción que según ellos será antes de que termine este azaroso año, han dicho que Cuba también está en la mirilla una vez caída Venezuela.
Esperemos prime la sensatez y apunten al cielo. El aquello de que ya viene el lobo pudiéramos tenerlo más cerca de lo que muchos piensan.
