En ese trajín, sea cual sea el tema, un colega se refirió en estos días a un consagrado periodista cubano ya fallecido que solía repetir que para la ultraderecha miamense, uno era un agente de la Seguridad del Estado, mientras que para los censores locales, un agente de la CIA.
La revolución ideada y puesta en marcha por Fidel Castro no vive sus mejores momentos. Los más críticos para ser exactos. El acoso imperial, con Trump y Marco Rubio más otros de origen isleño en el gobierno, se ha empeñado en propinarle a la revolución una estocada final que, sumada a un racimo de errores internos caracterizan el momento como en extremo peligroso para la supervivencia del sistema.
La alta dirigencia gubernamental y política del país debe aquilatar en su justa medida la actual situación que precisa de muchos factores de diversa índole. Entre ellos, gobernabilidad y credibilidad, además de tener en cuenta a quienes vierten sus opiniones.
Suelen decir los viejos y experimentados agentes del orden en cualquier país de este mundo que el buen policía debe saber distinguir entre un delincuente y un normal ciudadano.
Y tal peculiaridad, la deben tener nuestros políticos y otros afines cuando enfilan sus miradas hacia los periodistas que saben honrar la profesión sin cantos de sirena ni solos de violín…
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Ni lo uno ni lo otro
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