En Cuba, a muchos no les sentará la tradicional catilinaria. Son tres indicadores muy difíciles de encontrar. Ni el país ni sus gentes están como para celebraciones ante tantas desgracias de todo tipo y pocas posibilidades para salir de ellas.
El ejemplo más visible ha sido ese irónico post en las redes sociales que desde hace semanas extiende las buenas nuevas en Año Nuevo por si llegado el momento adecuado no hay electricidad y se esfuma la internet.
Pero no todo son sombras oscuras y anti festivas. El emergente, necesario pero controvertido sector privado con sus variados detractores oficiales y algunos que ni mandan en sus casas, se ha encargado de recordarnos que existen esos jolgorios bajo la nieve, los trineos, pinares negados a perder el verdor en el crudo invierno y esos tres jinetes encima de camellos trotamundos.
Vender y vender a toda costa es y será su objetivo en cualquier sitio del universo. Llueva, truene, relampaguee, sea huracán o tormenta, ahí estará el pan nuestro de cada día junto a algo que se le pueda colocar en su interior.
Ya en algunas cafeterías, restaurantes y mercados no estatales han vuelto esos inflables de Santa Claus o Papá Noel. Arbolitos con infinidad de coloridas luces y demás atributos propios de la ocasión.
La madre naturaleza tampoco se queda detrás. En días comenzarán a florecer las puntuales flores de Pascua para despertar recuerdos y añoranzas. No habrá cura de parroquia que no monte su Nacimiento o Belén a la par de una rifa que lo mismo puede contener una bolsa con turrones españoles acompañando a un tinto de baja alcurnia, que una botella de aceite de Venezuela y un kilogramo de leche en polvo llegado de Turquía.
Un año bien duro y maligno de despedir para esperar otro tal vez peor porque ni los tres Reyes Magos ni Papá Noel traerán a casa lo que necesitamos.
Sin embargo, ahí está sonando a diestra y siniestra, una orquesta popular con el estribillo “que se vaya lo malo y venga lo bueno” a la que no le faltan frenéticos bailadores de salsa…
