Un día en el Hospital de La Princesa

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Un día en el Hospital de La Princesa

Tristeza y emoción. Pena y esperanza. Los trabajadores de La Princesa son un torrente de sentimientos contrapuestos desde que hace quince días comenzasen sus movilizaciones contra la intención de Ignacio González de ‘desmantelar’ el hospital para convertirlo en un geriátrico. Y aunque el cansancio empieza a hacer mella, las ganas de luchar todavía flotan en el ambiente sustentadas, sobre todo, por el apoyo que la ciudadanía está brindando a la plantilla.

Así lo confirma la doctora María Luisa Bailez al comienzo de nuestra entrevista. Tras dar con ella en medio del torrente de pacientes y sanitarios que se encuentran en el hall de La Princesa, empapelado de carteles y pegatinas contra las medidas de la Comunidad de Madrid, me conduce hasta su despacho para hablar con tranquilidad de la situación del hospital.

Aunque de camino se puede ver lo que momentos antes confirmaba la doctora: las ganas de lucha siguen vivas por los “lazos afectivos” que se han creado entre los sanitarios y los pacientes durante años y años de relación. Una mujer mayor para a María Luisa para preguntarle cómo está con todo lo que está pasando, y poco después son los compañeros los que interrumpen un momento su marcha para comunicarle que van a pegar más carteles por los pasillos del centro.

Ya en su despacho, lo primero que veo es una silla cubierta con una sábana sobre la que descansa una almohada. “Vivimos aquí, es muy duro”, responde automáticamente al ver dónde se dirigía mi mirada.

Su cara refleja el cansancio tras quince días ininterrumpidos de encierro y protestas contra la conversión en geriátrico del hospital, pero también, como dice ella, la “presión mediática” que ha generado este tema, una marea de noticia en la que los trabajadores encuentran “más bulos que verdades”.

A pesar de ello, confiesa esta doctora que lleva 11 años trabajando en este hospital ubicado en el centro de Madrid, las movilizaciones “están sacando lo mejor de nosotros, nos hemos unido. Ya no hay categorías, ni ideologías, sólo un sentimiento, y es que somos de La Princesa”.

Nos interrumpen un momento para preguntar a María Luisa por las movilizaciones, y al retomar nuestra conversación me confiesa que siente “pena y vergüenza al ver el hospital así”. Se refiere a los carteles y pancartas que cubren las paredes, y matiza que no ve bien que el centro esté en estas condiciones porque “los pacientes vienen a encontrar salud, no a buscar problemas”.

Al preguntarle por cómo están viviendo todo esto los trabajadores, no puede contener la emoción. “Estamos muy tristes”, contesta, “quieres tener esperanza y piensas que se puede arreglar pero, ¿y si no?”. El desgaste empieza a hacer mella en los empleados de La Princesa, que ya están cansados de pasar tantas horas en el hospital sin poder ver a sus familias, aunque se animan unos a otros, según me explica, para mantenerse inamovibles ante Ignacio González y Javier Fernández-Lasquetty.

Vuelven a interrumpirnos, aunque esta vez por teléfono y con una “buena noticia dentro de lo malo”, según me explica al acabar la llamada. La Unidad de Cardiología Pediátrica y Cardiopatías Congénitas del Hospital Materno Infantil de Gran Canaria no se cierra. Aunque la Consejería de Sanidad de las islas había amenazado con cerrar este servicio y derivar a sus pacientes a la península, finalmente ha decidido mantenerlo con otra estructura y menores dimensiones.

Nuestro tiempo se acaba, porque tiene que reunirse con otros compañeros para preparar la columna de sanitarios que saldrá el domingo de La Princesa primero hacia Manuel Becerra, donde se unirán a las marchas del Hospital Gregorio Marañón, el de Santa Cristina y el Niño Jesús para ir como un solo bloque a Cibeles, donde confluirán con el resto de mareas blancas, que a las 13 horas se manifestarán rumbo a Sol contra las medidas de la Comunidad de Madrid.

María Luisa me acompaña a la salida, y antes de abandonar La Princesa se para a hablar con otros compañeros que se encuentran en la entrada pidiendo a los ciudadanos que firmen contra su desmantelamiento. Hay dos mesas, y la cola no desaparece en ningún momento. Sanitarios y ciudadanos están unidos para salvar el hospital.

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