Menos en el campo, sembrar donde sea

Desde el Malecón

Menos en el campo, sembrar donde sea

Se podría escribir una enciclopedia de disparates, errores y políticas fallidas que han conducido al estado tan crítico y penoso de nuestra agricultura.

Calabaza, plátano, guayaba en el jardín

Calabaza, plátano, guayaba en el jardín

El problema de la agricultura cubana es tan añejo, que lo conozco desde niño. Y ya estoy en la carrera de las siete décadas, en lucha de cuerpo a cuerpo con los celestiales precios del agro. Y no de oídas el asunto, sino de partícipe desde antes de las famosas Escuelas al Campo, zafras azucareras con el Servicio Militar Obligatorio u otros ejercicios de nuestra generación en la campiña como lo fue el Cordón de La Habana. Los mejores años de juventud, doblando el lomo en el campo.

Esperaré por la opinión parcial de un experto para confrontar si resulta que con el paso del tiempo uno se va atontando lentamente hasta preferir releer a Blancanieves o Pinocho. De momento, la arrancada de la debacle agrícola debió comenzar cuando, costase lo que costase, la orden era que el campesino no podía “enriquecerse”. Ojo, no el latifundista explotador, sino ese hombre que amanecía a la par de los gallos para acostarse también cuando el último alado cursaba las instrucciones de guardar silencio en el gallinero.

Se podría escribir una enciclopedia de disparates, errores y políticas fallidas que han conducido al estado tan crítico y penoso de nuestra agricultura. Deberá estar presente el bloqueo imperial, pero no en esa magnitud que encubre la falta de sinceridad oficial en reconocer las constantes meteduras de pata, insuficiencias propias además de ignorar el pensamiento del “guajiro” y otros conocedores naturales de lo que se debe o no sembrar en determinadas tierras por citar un solo ejemplo.

Tomates

Todavía me parece recordar, mata por mata, el naranjal de mi tío José Manuel en la finca La Panchita, comarca de Remate de Ariosa, San Juan de los Remedios, Villa Clara. Un hospital cercano y sin jugo para los pacientes. Imposible acercar esas frutas a la cama del enfermo por diabólicas disposiciones del ministerio de la Agricultura u otros organismos interesados en que nada se hiciera bien, con sentido común. La cosecha, a los cerdos.

Una de las claves para erradicar esta tragedia pudiera estar en el incentivo, muy débil e insuficiente todavía. Otra, en mayor libertad para comercializar la producción, también en pañales. Y si el campesino se nos volviera rico, pues bienvenido sea, que pague razonables impuestos y si desea una piscina olímpica a la par del platanal, pues que la construya porque lo merece.

Y así las cosas, como solía decir nuestro colega Fritz Suárez Silva, los jardines urbanos se están convirtiendo en huertos porque no muchos pueden pagar 360 pesos cubanos por cuatro tomates si la pensión llega sólo a 1,528 pesos.

Hoy por hoy, no pocos prefieren una mata de calabazas a un rosal. Algo parecido le escuché decir a Gruñón, uno de los enanos de aquella hermosura de muchachita embrujada, que con la alimentación no se juega.

¿Urbanisno o sobrevivencia? Un ser o no ser en versión cubana.

Más información