Lo de poner nombres a las calles y espacios públicos de una ciudad debería ser algo serio y bien pensado y no quedar al capricho de los políticos de turno, por mucho que nuestros dirigentes cuenten con la representatividad que les otorga el resultado obtenido en las urnas.
Y es que se supone que el dar a una plaza el nombre de alguna persona o hecho concreto tiene mucho de homenaje, en este caso colectivo, por lo que no parece apropiado que se cambien según quienes manden en las Corporaciones Locales. A nivel práctico, es un lío para los vecinos y taxistas, además de obligar a cambiar los callejeros, que en estos tiempos que corren parece un gasto superfluo. Con el añadido de que estas modificaciones pueden enfrentar a los vecinos.
Y digo esto, sugiriendo incluso que se hagan referendos vecinales, porque últimamente ha habido casos que han provocado polémica. Como lo de poner una calle a Manuel Fraga en Madrid o sustituir en Sevilla el nombre de calle Pilar Bardem por el Nuestra Señora de las Mercedes.
La Unión de Actores e Intérpretes de Andalucía ha puesto el grito en el cielo y habla de venganza contra la actriz ‘de la ceja’, pero el alcalde, Juan Ignacio Zoido, niega que se trate de ninguna revancha y exhibe las más de 2.300 firmas recogidas por la Hermandad de Santa Genoveva, promotora de la iniciativa. Una explicación que resultaría más creíble si el grupo municipal popular no hubiera dicho que “Bardem no tiene más mérito que haber insultado a todo el mundo, incluido el presidente del Gobierno, José María Aznar”.
Pero hay más ejemplos de cambios controvertidos como el del Ayuntamiento de Guadalajara, también del PP, que se ha cargado el nombre de la piscina Municipal, Sonia Reyes, porque la campeona mundial de Taekwondo se ha convertido en diputada regional del PSOE. Una medida que irritó no sólo a los socialistas sino a muchos seguidores de la deportista, que crearon incluso un grupo de apoyo en Facebook.
