Mantequilla ucraniana en La Habana
Una realidad indiscutible que pide a gritos razones y culpables, que son muchos, desde el exterior como del interior del país. Unos, alegres de contentos por vernos así; otros, candidatos a perder de modo exprés la vergüenza.
La desliza el elegido con esmerada prudencia y sentido del ahorro extremo porque el paquete de 200 gramos factura casi tres euros al cambio informal o los dos tercios de una pensión, mastica, traga y piensa que el mundo no es redondo como cuentan, que puede ser tan plano tal como anuncia esa imagen del planeta sobre enormes tortugas.
Ya fue en su momento objeto de discusión y polémicas la aparición de leche condensada también ucraniana. Nunca quedó muy claro si era de las reservas bajo tierra del ejército o que los rusos nos la donaron o vendieron porque no querían saber nada de ella.
Ahora parece estar más claro su origen. Ello, con la aparición del sector privado, que se le han complicado recientemente las cosas para importar directamente y deberán hacerlo con entidades estatales.
Para sorpresas inesperadas hay que vivir en Cuba, prodigiosa en maneras de crear emociones. Mantequilla y azúcar, como decía mi abuela en señal de lejanía, de casa de las Quimbambas…
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