La injerencia de los empresarios en la política nacional complica la salida de la crisis
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La injerencia de los empresarios en la política nacional complica la salida de la crisis

La lucha por el poder del empresariado, que controla los principales partidos políticos del país e influye directamente en el Ejército, está según todos los indicios, en la base del conflicto en Honduras. Los marcados bloques, uno con el magnate judío Jaime Rosenthal del lado de Zelaya y el otro liderado por financieros de origen árabe, aún negocian en Costa Rica por medio de personas interpuestas, sin que se conozca al cierre de esta edición el resultado de estas conversaciones.

La crisis hondureña, que en el ámbito internacional se lee desde el punto de vista de la defensa de la democracia, es, por el contrario, más compleja de lo que podría parecer. Según datos a los que ha tenido acceso Americaeconomica.com, las oligarquías a las que Manuel Zelaya culpaba de su expatriación al aterrizar en Costa Rica, han generado el clima político necesario, con la indispensable ayuda del errático presidente, para el Golpe de Estado del pasado 28 de junio.

Las bases estaban sentadas. Algunas democracias latinoamericanas, como reseñaba el ex presidente boliviano, Carlos D. Mesa Gisbert, en un artículo de opinión en el diario el País, tienen grandes similitudes con los regímenes dictatoriales. No existen en estas democracias, en las que Gisbert incluía a Honduras, separación de poderes. La ingerencia del poder ejecutivo en los poderes legislativo y judicial, su control férreo, generan un simulacro de democracia que se escenifica cada 4 años.

El cuarto poder, el periodismo, está liderado, en el caso de Honduras, por los mismos miembros que integran el poder ejecutivo, que son la cara visible de la política nacional. De esta manera, el cuerpo empresarial ha ido haciéndose con todos los poderes hasta llegar a situaciones difíciles de creer. Una de ellas tiene al empresario judío, Jaime Rosenthal como protagonista. Tras su ascenso, de la mano de Manuel Zelaya, a mandos del gobierno, llegó a asegurar en repetidas ocasiones que la Corte Suprema le pertenecía.

Roshental, que situó a su hijo, Yani Rosenthal, en el puesto de ministro de la presidencia en la administración de Manuel Zelaya, era, antes de involucrarse en política, un respetado empresario que dirigía el diario Tiempo. Dicho diario se encontraba entre los más vendidos en Honduras y era reconocido por su calidad. Por el contrario, tras una alianza con Zelaya en la que apoyó el ascenso de este a la presidencia, Tiempo pasó a convertirse en una herramienta de propaganda más.

Del otro lado, otro grupo de empresarios, cuyas cabezas visibles son el ex presidente de Honduras, Carlos Flores, y los magnates de origen árabe Miguel Facussé Barjum, inversor y agroindustrial, su yerno Fredy Nasser, Schucry Kafie, magnate de la energía térmica. Todos ellos cercanos a la política y todos ellos cercanos a los medios de comunicación, sobre todo Flores, fueron paulatinamente alejándose de Zelaya que, ante sus desplantes, comenzó a radicalizar sus políticas.

Abrazar el populismo Un discurso cada vez más cercano a los axiomas populistas de Hugo Chávez, la nacionalización de los medios de comunicación, la ruptura de los oligopolios y la nacionalización de algunas empresas claves para el Estado, comenzaron integrar los discursos del presidente Zelaya. En respuesta, los medios de comunicación del segundo bloque mediático comenzó a denunciar casos de corrupción entre los miembros del gobierno.

La escalada de agresividad verbal pasó, de manos de Zelaya, a la persecución de casos de corrupción en el bando empresarial. Mientras tanto Rosenthal, ya en el gobierno de Zelaya, mantenía silencio. El Gobierno dejó sin efecto o no renovó los múltiples negocios que el segundo grupo de empresarios mantenía con el Estado y en respuesta, el grupo mediático de Flores comenzó a lanzar noticias sobre la crisis económica y a endurecer las críticas contra Zelaya.

A estas alturas de la historia, a nadie debe extrañar que en una encuesta del Latinobarometro de febrero de 2009, aproximadamente un 60% de la población hondureña afirmara que prefería un gobierno militar que terminara con la corrupción y la delincuencia antes que el gobierno democrático que tenían. Quien sabe si antes o después de conocer dicha encuesta, Zelaya se lanzó a un empoderamiento paulatino del ejército.

La satisfacción del Ejército “Nunca nadie nos ha tratado tan bien” reconocían los mandos militares al ser preguntados. No era para menos. Después de un largo proceso de desmilitarización de Honduras, Manuel Zelaya entregaba al ejército el poder de la empresa eléctrica del país y le proporcionaba el control de la construcción de un aeropuerto. Por el contrario, el menosprecio de Zelaya a la capacidad de reacción de la derecha y a las instituciones supuestamente democráticas, iban a facilitar al ejército darle de lado.

“Todo el mundo lee ahora la Constitución” nos comentaba sonriendo Thelma Mejía, una reconocida periodista hondureña, “Zelaya desacató a todos los poderes. Es víctima de sus errores, no de los militares”. Y es que, a diferencia de lo que se nos ha contado, Manuel Zelaya, el viernes previo a las elecciones, convirtió lo que iba a ser una consulta en un Referéndum Constitucional por decreto urgente.

De ahí que el Tribunal Supremo, que había intentado negociar con Zelaya la manera en que podría justificarse legislativamente la consulta y no obtuvo respuesta, declarara ilegal el referéndum, de ahí que el ejercito, que tenía la obligación de guardar las urnas para las votaciones y se las entregó facilitándole así que cometiera un delito más, prefiriese expulsarlo del país antes de encarcelarlo.

Los colores de la democracia Que Honduras es una democracia es difícilmente rebatible. Por el contrario, es una democracia corroída desde la base que tiene en gran parte del empresariado a su mayor enemigo. La cruzada internacional de protección a la democracia debe continuar, es innegable. Por el contrario, sería necesario un análisis más profundo o la observación del caso desde un prisma interno para lograr una solución que satisfaga a todos.

De momento, como nos decía Mejía, “Zelaya no tiene las condiciones internas para gobernar. Si vuelve con el apoyo internacional, el país pude derivar en un caos. No se está viendo el problema con perspectiva interna y eso es contraproducente”. De ahí que las negociaciones que se están dando en el día de hoy en Costa Rica tengan pocos visos de lograr un acuerdo que beneficie al pueblo hondureño.

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