Cada cubano, desde el más humilde que lo ha perdido todo allá por tierras de Pinar del Río hasta la máxima dirección política de la isla, deben haber interiorizado amargamente la presencia de este monstruoso meteoro en el peor de los momentos que vive Cuba en todos los órdenes, así como las inmediatas y futuras consecuencias económicas y sociales que ya son visibles al doblar de una esquina.
Agradezcamos a la madre naturaleza, sin embargo, que no cruzó por la capital cubana. Sin hacerlo, logró un todavía no calculado daño que por seguro deberá ser estudiado y analizado con todo el rigor necesario donde quede delimitada la responsabilidad que le corresponda a Ian y la que le toca a los hombres, a quienes tienen la obligación de rendir cuentas ante la ciudadanía.
Volvieron, como era de esperar, las muestras de descontento popular. La gente a la calle y poco o ningún tratamiento político, sino la fuerza e intimidación como respuesta sobre personas que en mayoría tan solo reclamaban luz, agua y alimentos para sus hijos y ancianos.
Credibilidad y gobernabilidad en juego. El no llorar sobre leche derramada no viene el caso. Son tiempos en que las consignas han perdido su eficacia y son los resultados los que determinarán el derrotero de un proceso que baila sobre una cuerda floja sin malla protectora y no por un huracán.
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