La Habana
Casi que estoy convencido de que la moda la inventó hace siglos alguien que no quería doblar mucho el lomo y de paso, ganar dinero imponiendo su criterio tanto a ricos como a pobres.
Alguno extraño ciclo parecido al lunar debe tener por esa repetición cíclica tras décadas en el peinado, el vestir y hasta en el calzar. A fin de cuentas, mucha tela por donde cortar.
Y aquí viene la sorpresa cubana, “el último grito” cuyo origen merece profunda investigación.
Un amigo de la infancia, colega de profesión, me ha enviado desde Camagüey, la única capital provincial donde sus nacidos allí se despiden a lo vasco con el abur o el agur, separada por 534 km de La Habana, una chispeante estampa en la que a no pocos jóvenes les ha dado por salir a la calle con esas botas anti agua que alcanzan casi las rodillas y son de uso frecuente en campos agrícolas y durante inundaciones.
Sorprendido, salgo a la vía pública en la capital cubana y encuentro la misma modalidad. Así los veo marchar, erguidos y orgullosos, luciéndolas de los más diversos colores.
Un caso digno de un grupo multidisciplinario integrado por psicólogos, psiquiatras, sociólogos y hasta fabricantes de calzado. Algún reguetonero invitado no vendría mal.
¿Nos estaremos volviendo locos y no nos hemos aún enterado?
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La moda por los pies
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