La inteligencia artificial y la vieja desigualdad de género con rostro nuevo
Inteligencia Artificial

La inteligencia artificial y la vieja desigualdad de género con rostro nuevo

La promesa tecnológica vuelve a presentarse como liberación, pero el espejo de la realidad muestra otra cosa: la inteligencia artificial podría ensanchar una brecha que creíamos cerrada.

Inteligencia artificial
Inteligencia artificial

Según Eurostat, la tasa de empleo femenina en la UE es del 70,8%, diez puntos menos que la masculina (80,8%), y la brecha salarial ronda el 12%. A esto se suma un nuevo factor de riesgo: la inteligencia artificial (IA).

Lo que nació como promesa de eficiencia y progreso empieza a revelar un sesgo más antiguo que cualquier algoritmo: la desigualdad de género.

No se trata de ciencia ficción, sino de un desequilibrio medible y persistente. La OCDE advierte que las profesiones con mayor exposición a la IA —tecnología, ingeniería, dirección y análisis de datos— están ocupadas mayoritariamente por hombres. En cambio, los empleos donde predominan las mujeres —limpieza, cuidados, administración— son los menos expuestos, pero también los más susceptibles de ser automatizados.

La IA podría ampliar la brecha de género al concentrar el poder tecnológico en manos masculinas y automatizar trabajos feminizados

Los algoritmos también heredan prejuicios

Marguerita Lane, economista laboral de la OCDE, recuerda que “las mujeres y los hombres suelen tener ocupaciones diferentes, y esas ocupaciones pueden verse afectadas de forma distinta por la IA”. No es solo cuestión de formación, sino de quién programa, decide y entrena los modelos.

Las cifras lo confirman: solo el 19% de los profesionales en tecnologías de la información son mujeres, mientras que el 82% de los limpiadores y ayudantes lo son. Según la propia OCDE, los primeros tienen un índice de exposición a la IA de 0,88 sobre 1; los segundos, apenas de 0,25. La distancia tecnológica se traduce en una distancia de poder.

Las mujeres apenas ocupan uno de cada cinco empleos en el desarrollo de IA, pero representan la mayoría en tareas vulnerables a la automatización

Una paradoja educativa

El Banco Central Europeo introduce un matiz interesante. En su estudio AI and Women’s Employment in Europe (2024), detecta que el empleo femenino ha crecido en los sectores más expuestos a la IA. ¿Por qué? En parte, gracias al mayor nivel educativo alcanzado por las mujeres en las últimas décadas. La educación, dice el informe, actúa como amortiguador del riesgo tecnológico.

La paradoja es evidente: las mujeres más formadas prosperan en los entornos donde la IA se expande, mientras las menos cualificadas pueden ver amenazados sus empleos. El futuro, por tanto, no está escrito en código binario, sino en desigualdades previas que la tecnología amplifica si no se corrigen.

Indicador (UE, 2024) Hombres Mujeres Fuente
Tasa de empleo 80,8% 70,8% Eurostat
Tasa de desempleo 5,7% 6,1% Eurostat
Brecha salarial 12% menor que hombres Eurostat
Presencia en profesiones de IA 81% 19% OCDE

La responsabilidad del progreso

Hay un peligro en pensar que la IA es neutra. No lo es. Los algoritmos son como espejos: devuelven los sesgos de quienes los crean. Y si quienes los crean son, en su mayoría, hombres, el reflejo no será paritario. La historia del progreso está llena de buenas intenciones convertidas en nuevas jerarquías.

Si el siglo XX fue el de la conquista del voto y el trabajo, el XXI debería ser el de la igualdad tecnológica. No basta con promover mujeres programadoras: hay que democratizar la formación, la participación y el acceso a los empleos del futuro. La IA no debería ser otro club cerrado disfrazado de revolución.

La inteligencia artificial no es neutral: amplifica las desigualdades si quienes la diseñan no reflejan la diversidad social

La IA puede liberar o condenar, según cómo se la mire. Si se la deja avanzar sin regulación, puede consolidar un mercado donde los hombres controlen los algoritmos y las mujeres limpien los desechos digitales. Pero si se orienta con justicia, puede convertirse en la herramienta que cierre la brecha que la automatización abrió hace un siglo.

No es un asunto técnico: es político, ético y profundamente humano. Porque el futuro del trabajo no depende de las máquinas, sino de cómo decidamos usarlas.

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