Por algún motivo que no ha sido confirmado –probablemente sean varios, aunque todos ellos relacionados con su evolución económica a corto plazo-, Alemania se niega a soltar un euro. Ni a España, ni a Grecia, ni a nadie. La manía ahorradora de la canciller, Angela Merkel, ya afecta negativamente incluso a aquellos que ella siempre ha protegido: los bancos alemanes.
Charles Dallara, director del Instituto Internacional de Finanzas (IIF) ha sido el encargado de pronunciarse en nombre de estas entidades. La mano derecha del banquero alemán y ex consejero delegado del Deutsche Bank, Josef Ackermann, quien preside este organismo, ha realizado unas declaraciones en las que invita a Berlín a replantearse su estrategia. Dallara defiende que la economía global debe comenzar a crecer con urgencia y que, en el caso particular de Grecia, las condiciones del rescate se deberían suavizar para agilizar todos los trámites.
Las palabras pronunciadas –en realidad han sido escritas en una carta al Fondo Monetario Internacional (FMI)- desde esta selecta tribuna coinciden con las que han surgido, pocas horas después, de la boca del primer ministro griego, el conservador Antonis Samarás. Este político ha explicado, en una entrevista concedida al diario económico alemán Handelsblatt, que si el país no obtiene el nuevo tramo de las ayudas, parte de las cuales proceden de Berlín, antes del mes de noviembre, se quedará sin dinero en la caja. Literalmente.
El dinero en la caja griega preocupa a los bancos alemanes por una sencilla razón: son acreedores del país mediterráneo. Si bien es cierto que en los últimos dos años han tratado de reducir su exposición a Grecia, no es menos cierto tampoco que se hayan librado del todo. Atenas les debe dinero, y ellos tienen que cobrar porque sus cuentas, contra lo que se pueda pensar, no están excesivamente saneadas.
Alejandro Inurrieta, profesor del Instituto de Estudios Bursátiles, argumenta en una columna publicada en el portal Vozpópuli que los ‘stress-test’ llevados a cabo por la Autoridad Bancaria Europea (EBA, por sus siglas en inglés) tienen trampa. Este experto explica que «las ratios de capital se calculan dividiendo los fondos propios entre los activos ponderados por riesgo (APR) de cada entidad» pero que, en la ecuación, se obvian otros activos de riesgo (productos derivados, normalmente) que suponen un gran peligro para muchos bancos de inversión.
Así –continúa Inurrieta- «aunque una entidad española tenga la misma ratio oficial que una extranjera, en realidad es más solvente». Y prosigue: «Por ejemplo, Santander y BBVA tienen una ratio de capital Tier 1 (capital, reservas y preferentes) del 10,1% y el 9,4%, respectivamente, respecto a los APR; si tomamos el activo total, estos porcentajes bajarían al 5,1% en ambos casos, según el último ‘stress-test’ realizado y antes del informe realizado por Oliver Wyman [publicado el pasado viernes]. Pero si tomamos el Deutsche Bank, su envidiable 12,6% de Tier 1 se quedaría en un pírrico 2,3% respecto al activo total».
En palabras más sencillas: los bancos españoles, de los que tanto se ha hablado últimamente, enfrentan una situación grave pero los bancos alemanes (y franceses), que tan bien parados suelen salir ante los reguladores del Viejo Continente en parte gracias a la fiabilidad que desprenden sus países de origen, encaran un escenario mucho más complejo. Por eso hasta ahora Merkel había tratado a toda costa de que el Gobierno griego obtuviese dinero (a cambio de austeridad, cierto) para poder hacer frente, sobre todo, a sus vencimientos de deuda. Es decir, para poder pagar a los bancos alemanes y otros acreedores. Sin embargo, eso parece que ha cambiado y que la canciller tiene otras prioridades en la cabeza.
Por un lado, ya son muchos los analistas que, citando diversos estudios e informes, señalan que la recesión puede acabar instalándose de nuevo en Alemania ante el deterioro de la zona del euro. Merkel teme ese extremo y en el corto plazo es posible que quiera evitar seguir repartiendo billetes. Por el otro, un rescate español –es decir, el desembolso de más dinero por parte de Berlín- podría disparar el valor del euro en el mercado de divisas. Los analistas del banco Citigroup hablan de posiciones superiores a los 1,31 dólares por euro. Esto complicaría las exportaciones de la primera potencia en la región; uno de los principales pilares que sostienen el motor centroeuropeo.
También han cambiado las cosas en el sector bancario germano. Ackermann, el mencionado ex consejero delegado del Deutsche Bank, ya no está donde solía estar. El hombre que, según algunos inversores internacionales, ordenaba a Merkel dónde y cómo actuar se ha retirado del mapa. En su lugar han aparecido Anshu Jain y Jürgen Fitschen, que quizá ya no tengan tanto poder hipnótico sobre la canciller. Y veremos si el propio Ackermann lo mantiene tras haber dejado atrás su banco.
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