Trump o el principio del fin del partido republicano

Primarias EEUU

Trump o el principio del fin del partido republicano

Donald Trump, precandidato republicano a la Presidencia de Estados Unidos
Según varios analistas, la irrupción del neoyorquino es un síntoma de que estamos ante el inicio de una nueva etapa en el sistema bipartidista estadounidense. Si, como parece más probable, Donald Trump consigue la nominación republicana se convertirá en el candidato menos popular de los que, en las últimas décadas, se han presentado por uno de los dos grandes partidos a la presidencia de Estados Unidos. De hecho, desde que se comenzó a medir dicha cuestión, hace 32 años, el neoyorquino es quien ha alcanzado los peores registros.Según una encuesta del Washington Post y ABC News hasta el 67% del total del electorado tiene una visión desfavorable de Trump. Unas cifras que llegan hasta el 75% en el caso de las mujeres, 80% entre los jóvenes y el 85% ente los hispanos.También entre el decisivo voto de los que se declaran independientes, cerca de dos tercios de ellos ven al favorito de las primarias republicanas con escasa o nula simpatía. Unas cifras en las que sin duda ha influido su uso extremo y ofensivo del lenguaje.Como ha escrito Michael Gershon en The Washington Post, Trump es una especie de encarnación de la caricatura que desde posiciones progresistas se tienden a hacer de los republicanos estadounidenses. “Si los peores enemigos de los conservadores construyeran una figura de Frankestein que representase los peores elementos de la política de derechas, tendrías a Donald Trump” ha señalado este periodista.Pero ese diagnóstico presenta tan sólo una parte del problema para el viejo gran partido. Y es que, según señalan diversos analistas, en realidad estaríamos asistiendo a una reconfiguración del sistema bipartidista estadounidense del cual Trump es tan sólo un síntoma.Un proceso de transición en el que según todos los indicios es al partido del elefante a quien más le estaría costando adaptarse al no estar siendo capaz de mantener la alianza electoral que le ha sido tan provechosa en las últimas décadas. Las cuestiones culturales como la oposición a los derechos LGTBI o al aborto ya no servirían para aglutinar a la élite empresarial cuyos intereses el partido del elefante ha representado mejor que nadie y a las bases conservadores y rurales, en muchas ocasiones perjudicadas por esas mismas políticas. Ante esta contradicción cada vez más flagrante, los alegatos racistas de Trump servirían para elevar la apuesta de la guerra cultural. Una estrategia en parte exitosa como demuestra la base de pasión y entusiasmo que ha levantado entre sus seguidores. Pero también como veíamos para alejar aún más a una parte del electorado.El incremento en las cifras de votantes registrados como independientes vendría también a confirmar que los partidos demócrata y, especialmente el republicano, se están convirtiendo en plataformas que cada vez una mayor parte del electorado no considera que les representen. De esta forma, como ha señalado Lee Drutman en Vox, la irrupción de Trump ha expuesto los límites del actual partido republicano y si los demócratas son capaces de explotar esa división, probablemente en la próxima década el partido del elefante este abocado a una división. Esta se produciría entre su ala nacionalista, definida por el conservadurismo en materia social y un cierto proteccionismo en lo económico, y su vertiente ‘pro-business’ en favor de una mayor desregulación financiera. Pero también los demócratas afrontaran un proceso similar al tener que elegir entre quienes no quieren cambios esenciales en su sistema económico y quienes abogan por una profunda transformación del mismo, que el senador por Vermont, Bernie Sanders, está representando tan bien en estas primarias. Así, los demócratas tendrán que elegir entre convertirse en un partido urbano y cosmopolita que podría atraer a muchos votantes que hasta ahora se sentían representados por las posiciones económicas de los republicanos o en decantarse por los votantes e intereses asociados a la clase trabajadora. Un periodo de transición en el que la cohesión de los partidos se verá debilitada lo que a juicio de Drutman permitirá más acuerdos en las cámaras legislativas. Estaríamos así ante el inicio del séptimo periodo de partidos en la democracia estadounidense, después de que la posición del partido demócrata en favor de los derechos raciales hace ya más de medio siglo alienase a éste en los estados sureños.

Según varios analistas, la irrupción del neoyorquino es un síntoma de que estamos ante el inicio de una nueva etapa en el sistema bipartidista estadounidense. Si, como parece más probable, Donald Trump consigue la nominación republicana se convertirá en el candidato menos popular de los que, en las últimas décadas, se han presentado por uno de los dos grandes partidos a la presidencia de Estados Unidos. De hecho, desde que se comenzó a medir dicha cuestión, hace 32 años, el neoyorquino es quien ha alcanzado los peores registros.

Según una encuesta del Washington Post y ABC News hasta el 67% del total del electorado tiene una visión desfavorable de Trump. Unas cifras que llegan hasta el 75% en el caso de las mujeres, 80% entre los jóvenes y el 85% ente los hispanos.

También entre el decisivo voto de los que se declaran independientes, cerca de dos tercios de ellos ven al favorito de las primarias republicanas con escasa o nula simpatía. Unas cifras en las que sin duda ha influido su uso extremo y ofensivo del lenguaje.

Como ha escrito Michael Gershon en The Washington Post, Trump es una especie de encarnación de la caricatura que desde posiciones progresistas se tienden a hacer de los republicanos estadounidenses. “Si los peores enemigos de los conservadores construyeran una figura de Frankestein que representase los peores elementos de la política de derechas, tendrías a Donald Trump” ha señalado este periodista.

Pero ese diagnóstico presenta tan sólo una parte del problema para el viejo gran partido. Y es que, según señalan diversos analistas, en realidad estaríamos asistiendo a una reconfiguración del sistema bipartidista estadounidense del cual Trump es tan sólo un síntoma.

Un proceso de transición en el que según todos los indicios es al partido del elefante a quien más le estaría costando adaptarse al no estar siendo capaz de mantener la alianza electoral que le ha sido tan provechosa en las últimas décadas. Las cuestiones culturales como la oposición a los derechos LGTBI o al aborto ya no servirían para aglutinar a la élite empresarial cuyos intereses el partido del elefante ha representado mejor que nadie y a las bases conservadores y rurales, en muchas ocasiones perjudicadas por esas mismas políticas.

Ante esta contradicción cada vez más flagrante, los alegatos racistas de Trump servirían para elevar la apuesta de la guerra cultural. Una estrategia en parte exitosa como demuestra la base de pasión y entusiasmo que ha levantado entre sus seguidores. Pero también como veíamos para alejar aún más a una parte del electorado.

El incremento en las cifras de votantes registrados como independientes vendría también a confirmar que los partidos demócrata y, especialmente el republicano, se están convirtiendo en plataformas que cada vez una mayor parte del electorado no considera que les representen.

De esta forma, como ha señalado Lee Drutman en séptimo periodo de partidos en la democracia estadounidense, después de que la posición del partido demócrata en favor de los derechos raciales hace ya más de medio siglo alienase a éste en los estados sureños.

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