¿Hacia dónde va?

Cuba

¿Hacia dónde va?

Calor infernal y ahí va, a paso más que lento por plena avenida esa anciana empujando su silla de ruedas.

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Mujer caminando por La Habana
Sábado en la Habana a las cuatro de la tarde. Sólo valientes, temerarios, en mínima cantidad osan caminar por unas calles ausentes hasta de los más arriesgados o apremiados vendedores de alimentos o baratijas. El sol es abrazador. Tanto, que el resplandor precisa de gafas oscuras porque no hay rincón en el globo ocular que pueda resistir esa intensa luminosidad. Calor infernal y ahí va, a paso más que lento por plena avenida esa anciana empujando su silla de ruedas.. Parte el alma en pedazos porque en ella uno ve a su abuela, madre, tía o hermana. Quien sea. Un ser humano, ya frágil de pies a cabeza, sometido a ese peculiar Vía Crucis hacia un indefinido Calvario. Y lo primero que llega a la mente es el repudio para quien le ha permitido salir cual babosa con caracol a la vía pública en busca de algo que pudiera resultar material o espiritual. No me puedo contener. Voy a su encuentro. Sin mediar saludo alguno le ordeno: -Súbase a la silla, que la llevo… ¿Para dónde va usted? Entonces, una tierna y agradecida sonrisa: -Gracias, corazón. Voy a la bodega. Esto lo hago todos los días. Y me vuelve a resquebrajar los sentimientos porque, en efecto, lo hace todos los días. Este domingo la he vuelto a ver. Aunque fuera por el pedazo de pan que le corresponde o lo que le tocase por cartilla de racionamiento, se me antoja que está como de penitencia, que la bodega se le convierte en un Calvario a unos 400 metros de donde vive. Un acto de supervivencia de ida y vuelta.

Sábado en la Habana a las cuatro de la tarde. Sólo valientes, temerarios, en mínima cantidad osan caminar por unas calles ausentes hasta de los más arriesgados o apremiados vendedores de alimentos o baratijas. El sol es abrazador. Tanto, que el resplandor precisa de gafas oscuras porque no hay rincón en el globo ocular que pueda resistir esa intensa luminosidad. Calor infernal y ahí va, a paso más que lento por plena avenida esa anciana empujando su silla de ruedas.

Parte el alma en pedazos porque en ella uno ve a su abuela, madre, tía o hermana. Quien sea. Un ser humano, ya frágil de pies a cabeza, sometido a ese peculiar Vía Crucis hacia un indefinido Calvario. Y lo primero que llega a la mente es el repudio para quien le ha permitido salir cual babosa con caracol a la vía pública en busca de algo que pudiera resultar material o espiritual.

No me puedo contener. Voy a su encuentro. Sin mediar saludo alguno le ordeno:

-Súbase a la silla, que la llevo… ¿Para dónde va usted?

Entonces, una tierna y agradecida sonrisa:

-Gracias, corazón. Voy a la bodega. Esto lo hago todos los días.

Y me vuelve a resquebrajar los sentimientos porque, en efecto, lo hace todos los días. Este domingo la he vuelto a ver. Aunque fuera por el pedazo de pan que le corresponde o lo que le tocase por cartilla de racionamiento, se me antoja que está como de penitencia, que la bodega se le convierte en un Calvario a unos 400 metros de donde vive. Un acto de supervivencia de ida y vuelta.

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