Como parte del desespero e intranquilidad característicos de situaciones de pandemia como esta, un fuerte rumor corre anunciando por las calles de La Habana que pronto abrirá su pista el aeropuerto internacional capitalino José Martí.
El anhelo no se limita al plano local, sino que ha volado con fuerza a cada rincón de la geografía española donde viven unos 150. 000 cubanos desperdigados por Madrid, Canarias, Barcelona, Valencia, Islas Baleares, Alicante y hasta en un pueblito perdido en la geografía asturiana llamado Somao en el que una fría mañana de diciembre un anciano me confesó que “aquí casi todos somos Pírez.”
Y con tal apertura, la llegada de los vuelos con familiares y amigos, y equipajes donde primarán medicamentos, alimentos permitidos según las disposiciones fitosanitarias de la isla y algo más. Desde tierras catalanas, mi amigo Michel, lo resume: “En cuanto abran las puertas voy para allá con mis euros solidarios.”
Si alguien preguntara por mi parecer, le respondería categóricamente que mientras no haya un aceptable control del rebrote del virus en La Habana, por nuestro aeródromo principal aterrizarán solo vuelos humanitarios. Septiembre, para no ir muy lejos, ha sido el mes más complicado desde que comenzó el virus a mediados de marzo con la llegada de tres italianos a la colonial ciudad de Trinidad. Comenzamos con tres y ya estamos casi en 5. 600.
No por gestos de otra suerte de amores, sino por razones operativas internacionales, Iberia está también en la “cola” o fila pidiendo autorizo de pista para cuando venga esa luz verde que solo Dios y unos cuantos santos de extrema confianza saben cuándo ocurrirá.
Y si no preferimos la consulta celestial, pues alguien de bata blanca y no un político ni un economista, será quien reciba al Iberia con esa “pistola” apuntando a la frente del avión. Será como una arrancada en la carrera de los cien metros planos. Unos para allá; otros para acá en una relativa normalidad porque tendremos Covid-19 para rato.
