Ese soldadito abandonado en una esquina habanera

Desde el Malecón

Ese soldadito abandonado en una esquina habanera

Cuantos pasaron por su lado no le atendieron tal vez ocupados en otros menesteres de la paz o los vicios del olvido.

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Apareció cayendo la tarde. Su deplorable estado causaba profunda y conmovedora pena. Probablemente recién salido de un cruento combate con un balazo en el pie izquierdo que le impedía asumir una postura vertical. Aún así mantenía la hidalguía del buen guerrero al empuñar con la mano izquierda el fusil de asalto.

Nada de impecable uniforme de camuflaje como suelen aparecer algunos en fotos. No señor, magullado de pies a cabeza y con serios impactos de metralla en el casco protector. Cuantos pasaron por su lado no le atendieron tal vez ocupados en otros menesteres de la paz o los vicios del olvido.

Entonces, ese niño que llevamos todos por dentro más imborrables escenas de combates vividos en tierras lejanas, me obligaron a socorrerle, a no dejarlo morir sin gloria alguna en esa esquina muy próxima a un tragante que con las próximas lluvias le conducirían a igual derrotero como en esa historia infantil de El soldadito de plomo.

A casa, compañero. Algo de agua y calor para componerle el pie herido. Unas breves palabras identificativas de número de chapilla, regimiento y a quién avisar. Los soldados son, en cualquier guerra, la primera y última carta. Los primeros en morir y los últimos en ser reconocidos.

Nadie le ha reclamado. Desde entonces, ocupa sitio frente al ordenador. Y no son pocas las charlas que tenemos con olores a pólvora, muerte y vida.

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